El bolso rojo

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Cuando de perder se trata

El sábado me levanté muy temprano, traía un hueco en el pecho por esas cosas de los corazones rotos, di vueltas por la casa buscando que hacer, tomé una ducha y lo único que se me ocurrió fue ir a comprar un café y sentarme en alguna de las bancas del jardín del pueblo.

Eran más o menos las ocho y media de la mañana, los barrenderos ya casi terminaban de limpiar las jardineras y el kiosco, y las personas que iban para sus trabajos, circulaban por todos los alrededores. Me senté y miré el cielo despejado, los árboles grandes, y disfruté el intenso canto de los Quiscalus mexicanus. En medio de mis pensamientos y con un poco de nostalgia y suspiros, después de cada sorbo de café, detrás de mí escuche a una chica hablarle a uno de los señores que limpiaban:

           – ¿Disculpe, de casualidad vieron una bolsa roja ayer como eso de las seis?

            – No seño, a lo mejor saben los del otro turno, pero está difícil, acá pasa mucha gente.

La chica se alejó cabizbaja y un tanto preocupada. Sabemos lo que se siente.  Puede suceder que pierdas algo por el desapego que le tienes a las cosas o a las personas o por despiste, sin querer, entonces te puede valer madres o te puede afectar mucho.

Recordé un poema de Elizabeth Bishop que casualmente había leído un día antes…el arte de perder no es difícil de dominar… nada de esto traerá un desastre…

Luego comencé a imaginar qué podría contener aquella bolsa roja, más allá de una credencial, un labial, algunas llaves o un monedero, podría haber perdido otras cosas. Tal vez llevaba la carta para su mejor amiga que quería darle porque se habían enojado, y no encontraba el momento para entregársela. El boleto para un concierto de su banda favorita que había comprado aquella tarde que perdió el bolso. El código del programa para robar bases de datos. El finiquito que le habían dado por el trabajo que ya la tenía hasta la madre. Los aretes que le había regalado su mamá en su cumpleaños un año antes de partir. La libreta de notas con las cuentas por pagar y las contraseñas de sus tarjetas de crédito. Unas cremas para las arrugas que le había encargado una de sus tías. El voucher para pagar el extra de cálculo diferencial. El boleto ganador de la lotería. Los lentes de sol con armazón rojo que Pedro le había comprado en la feria, instante mismo en que le dijo que la amaba. Una USB con todo su trabajo de tesis. La receta de los medicamentos que necesitaba tomar.  Una pistola que había conseguido para acabar de una vez por todas. Unos libros que pidió prestados en la biblioteca, que se yo, me clavé pensando en un montón de posibilidades. Je sais que ca semble ridicule, but, everything is possible. Al final del día la mayoría de las cosas tienen arreglo. Se perdió un escrito, pero no la intención, se perdió un tesoro, pero no el recuerdo, se perdió un accesorio, pero no el amor, se ganó una oportunidad para vivir. A veces no esta tan mal, aunque sea algo que jamás recuperarás, por más duro que suene.

En este camino, las cosas o las personas, se te escapan de las manos, por las razones que sean. En las relaciones que estableces con los demás hay errores que cometes, locuras, sentimientos de por medio, incluso tu pasado interviene. Enfrentarlas y superarlas puede ser complicado, algunas cuestan más que otras, aunque en ocasiones perderlas es lo mejor que te puede pasar, porque aferrarte empeora las cosas. Si recuperas lo que perdiste procuras ser más cuidadoso, y si no, también, a menos claro, que lo quieras perder a propósito y busques el pretexto perfecto para dejarlo ir.

Puede haber una pizca de tristeza en el transcurrir de los días, la puedes pasar mal. Pierdes, aunque aprendes y luego, agradeces. Duele. Quizá quedes a deber. Siempre desea lo mejor. El cariño no termina. Siempre se puede reescribir historias sanas y hermosas. Se cuidadoso.

Dicho esto, y como confesión –chisme– al terminar mi café y ver el fondo del vaso, en ese jardín, quise dejar mi bolso, olvidarlo, no llevaba credenciales, llaves, lentes, nada de eso, llevaba culpa, enojo, miedo, frustración, inseguridad, ansiedad y un poquitín de vergüenza. Orales, cuantas cosas caben en un solo instante ¿no?, lo permití.  Ese día, quise soltar, deshacer el hechizo, liberarme del sufrimiento, sentí compasión y fui a casa. Abrace lo que sí tengo, me abrace a mí, porque trabajo me costó reinventarme, como para perderme tan rápido. No se trata de ignorar o negar porque para mí fue real. Tomará un tiempo curarme de esa pérdida, pero pasará, lo haré en silencio, pero con mucho amor.

perdí dos bellas ciudades. Y algunos vastos reinos que eran míos, dos ríos, un continente. Los añoro, pero no fue un desastre… incluso perderte a ti… el arte de perder no es muy difícil de dominar, aunque pueda parecer así (escríbelo) un desastre.

–Un arte– Elizabeth Bishop, Frag.