El inexplicable poder de un libro

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Recién habría cumplido 15 años cuando mi papá me regaló el obsequio que afinó la brújula de, en ese entonces, mi juvenil destino. Lo había dejado en el burro de planchar con las instrucciones de que lo viera cuando despertara, pues él saldría a trabajar temprano. No se trataba de mi cumpleaños ni una fecha que ameritara tal gesto, tan solo había viajado a la Ciudad de México y había decidido dármelo. Cuando leí La Sombra del Viento, años después, un best seller contemporáneo de la literatura española, entendí lo que había sucedido aquel día… ese regalo, un libro,  me había estado buscando afanosamente hasta llegar a mi vida.

El título también hablaba de una sombra, pero en compañía de un ángel y de una mujer que había condicionado a su destino. La pasta era blanda y en la portada aparecían varias fotografías alrededor del Ángel de la Independencia, monumento icónico de la ciudad de México que tanto me gustaba observar cuando viajábamos a la capital. El libro me era familiar, ya lo había visto en un estante de publicaciones en un gran almacén, cuando acompañaba a mi mamá a hacer las compras. En su contraportada explicaba que se trataba de la novela histórica de la mujer mexicana que se había suicidado en Notre Dame en París. En aquella ocasión, que seguramente me llamó la atención, pues aún la recuerdo, no compré el libro. Mi cita con él sería meses después y, de hecho, duraría el resto de mi vida.

Resulta difícil enamorarse de un libro. Puedes sentirte atraído por su portada, o engancharte con sus palabras, pero convertirlo en tu acompañante de vida, ése es un destino que se teje entre letras dando forma a la geometría de la vida. Y a la distancia del tiempo, puedo entender que ése fue el libro que cambió mi vida. Nunca más volví a leer igual y aunque otros amores literarios tocaron a mi puerta, A la sombra del Ángel con la elegancia y sutileza en mi vida, ocupó el lugar permanente que todavía posee. Descubrir a Antonieta Rivas Mercado, en la primavera de la vida, me ha permitido comenzar a entender el otoño que se avecina.

El libro, como diría Borges de los diversos instrumentos del hombre es el más asombroso… los demás son extensiones de su cuerpo… el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación. Y en realidad, así es. La palabra escrita y su lectura, ya sea en pergamino, papiro, hoja o actualmente, soporte digital, ha marcado el tiempo de la humanidad, pues, para empezar, ha ayudado a definirlo, describirlo y habitarlo. Pienso en esa manía tan nuestra de este siglo por dejar constancia escrita de lo que pensamos, incluso en redes sociales como el TikTok donde la escritura aparece, no siempre con la mejor ortografía, como parte del video musical de menos de un minuto. Necesitamos saber, en la inconciencia y conciencia de nuestros actos, que ha quedado una huella y esa huella, en una de sus formas más perfectas, es el libro, incluso antes de que existiera formalmente.

Las revoluciones que han pretendido cambiar al mundo llevan en su ficha descriptiva un libro. ¿Podemos imaginar el intento de comunismo soviético sin El Capital de Karl Marx o el Nazismo sin Mi Lucha de Adolf Hitler? El libro no trae consigo un sello de paz en su nombre, en realidad, también la guerra puede generarse debido al contenido. El libro es un otro que nos habla, con la ventaja de que pueden ser voces del pasado, ecos del futuro –por más paradójico que se lea–o descripciones de un presente empañado. Y esa otredad es la que detona una maquinaria de pensamientos, acuerdos y descontentos, que una vez echada andar, termina, sí, por cambiar al mundo.

Quisiera pensar que los gobiernos que han sentido desdén por políticas públicas para el fomento a la lectura lo han hecho en conocimiento del poder de la lectura; pero a veces he llegado a creer que se debe a un lamentable desconocimiento. No porque el acto de entregar un libro a un niño evite que tome las armas, Vladimir Putin podría ser el mejor caso de que ello no sucede; sino porque la lectura prepara al cerebro para pensar. Y el pensamiento es el primer peldaño en la búsqueda de la libertad, ya que ayuda a dar forma al mundo que se habita y sobre el que se debe decidir.

Transformador de regímenes, centro de políticas públicas o protagonista en las anécdotas de vidas errantes, los libros poseen un inexplicable poder que, irónicamente, ni los libros mismos han podido detallas exhaustivamente. Esa alegría de un pequeño tratando de pronunciar sus primeras palabras en libro con dibujos; el calor corporal de una abuela acostada junto a su nieto leyendo un cuento; la sonrisa del aroma que desprenden las hojas de un libro nuevo; la compañía de un texto mientras la lluvia cae por la ventana o la pasión de recitar al oído del amado el poema de la página 5. Pequeños placeres que inician en papel, pero que transitan del cerebro al cuerpo y de éste, al alma. No es de extrañar la fascinación que ha ocasionado en estos años el gran libro, escrito con destreza, por Irene Vallejo, El infinito en un junco, pues en su periplo de palabras, justo boceta esa sensación que genera la escritura y la lectura de un libro.

Aún no recuerdo cuando comencé a leer, pero tampoco, algún año que, desde entonces, un libro no haya delineado parte de mi memoria. Mujercitas en la primaria  junto con El Principito, La Nostalgie como mi primer libro completo en francés, El Tesoro de Montsegur en mi etapa de arqueóloga del cristianismo o El tiempo entre costuras que me enseñó, como bien diría María Dueñas, que el destino es la suma de decisiones que tomamos en la vida. Bien dice la sabiduría popular: somos el resultado de los libros que leemos… aunque creo, que más bien… de lo que aprendimos a sentir con ellos.