Hebaristo, el sauce que murió de amor o de la pureza en la literatura peruana

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Si de narrativas sinceras y sumamente miméticas se trata, nombrar a la peruana, supone una para obligatoria y también estar ante una escuela en todo regla. Así se vio con el recién tratado ascenso de la literatura de Vargas Llosa desde la sencillez del relato juvenil y autobiográfico hasta alcanzar las cotas en las que descansan las plumas de quienes realmente fueron escritores de época. Y así también se puede ver a través de uno de sus relatos más sencillos y sensibles: Hebaristo, el sauce que murió de amor, del insigne cuentista peruano Abraham Valdelomar[1].

En el relato, se asiste a una narración capaz de emparentar tristeza y ternura sin pecar de la pomposidad barroca que había aquejado a la narrativa peruana durante buena parte del siglo XIX, cuya principal virtud es mantener el ritmo inquisidor de las más arbitrariedades más socavadas de su tiempo y la dificilísima descripción de sentimientos que toda historia de amor necesita. Así, se cuenta una historia de dos compañeros con unas vidas tan sustancialmente similares, paralelas, como materialmente imposibles de conjugar; si se considera que el cuento es protagonizado por un hombre desolado y por un árbol.

Hebaristo, es un sauce de tronco fuerte plantado por pura torpeza en donde nunca hubo condiciones propias. Condenado a tener un final trágico y a una curvatura y una sequía y una imposibilidad para germinar frondosamente sin fondo. E irónicamente el traje de madera que estrenará el único amigo que tendría nunca. Y Hebaristo Mazuelos, es el farmacéutico que estima toda la ciudad. Que al igual que su amigo el sauce, nació condenado a sufrir la impotencia de quien es despojado de un amor verdadero; por circunstancias real e ineludiblemente anejas a sus dominios.

La muerte de amor, de Hebaristo, es la unión espiritual por parte de un hecho material sucedido entre ambos Hebaristos y también el final del relato. Ocurriendo que ambas ánimas gemelas en esencia y paralelas en vida, terminarían de la manera más noble y fraternal posible: Hebaristo sería talado indiscriminada y subrepticiamente por el alcalde del pueblo, el señor De la Haza. Quien, además, de haber hecho morir de pena al farmacéutico, colocaría sobre su ataúd las siemprevivas. Sin darse cuenta, que tenía en su delante a dos auténticos seres colmados de pureza, a los que la misma naturaleza humana había condenado a nacer para el luto, y a sólo poder encontrar felicidad al morir de aquella manera. Al morir de amor.

[1] Una versión ya libre de derechos puede encontrarse en: https://biblioteca.org.ar/libros/157127.pdf