Hombre

Views: 150

Mientras ella habla, él no pierde detalle de cada rasgo de su persona, sus ojos acaramelados son cristalina admiración. Sigue cada palabra dibujada por los labios. No sabe qué le gusta más; si cada curva que la define o el aroma que la distingue.

Nostálgico recuerda en ella la finitud estética del universo de mujeres que ha visto, admirado y amado; contempla su naturaleza como único instante en este cosmos; mira esos ojos inteligentes tratando de entrar en lo más ínfimo de su ser femenino.

De cada mujer no sabe qué le gusta más, si la conformación de cada rasgo del rostro, si cada detalle de la piel o el aroma femíneo.

Seguir sus labios lo hace segregar salvia de su boca: carnosidad sublime que incita al beso; antojable textura digna de su aliento, de su sabor; de perderse en el beso que deja entrever la esencia y presencia que la distingue como única.

El hombre tampoco se pregunta qué cuerpo le gusta más o menos, sólo se deja llevar por el goce de saberla a través de sus sentidos, concedido por la divinidad.

Siempre ha convivido con ellas: abuela, madre, hermanas, tías, primas, amigas, novias, esposa, amantes. Algunas han sido maestras; otras, aprendices: a través de cada una, sabe del amor y de su desencanto.

Han pasado los años luz desde su primera pasión, sabe que cada una de ellas, es perfectamente única. También sabe que este mundo no puede ser de Hombres sin mujeres[1] porque de ser así, este cosmos sería un mundo cercenado, imperfecto, incompleto, abismal.

En medio del café, sus pensamientos y sensaciones encontrados viajan a través del diálogo con ella. Desea fervientemente besarla, sensualmente planea robarle un roce de labios que quizá, pueda ser el inicio de una nueva historia de este mundo o sencillamente una fantasía incumplida. Fantasea mientras la escucha, la sabe ahí, en el ahora y ésa, ¡Es su única certeza!

[1] Título de libro de Haruki Murakami