Juntos siempre seremos más
Una de las travesías que más recuerdo con cariño y quizás por ello siempre se encuentra presente en mis recuerdos, es aquel verano del 2005 en el que tuve la oportunidad de estudiar en la ciudad universitaria de Friburgo, Alemania. Las clases eran por la tarde, pero aprovechaba las mañanas para despertarme temprano, realizar mi tarea y caminar por las calles tratando de aprender el vocabulario de la vida cotidiana. Los fines de semana, mi aventura de veinteañera por viajar a la provincia alemana se hacía realidad, teniendo entre mis objetivos, la ciudad de Múnich. Cierro los ojos y a mi memoria llegan las siluetas de las personas en la estación de tren, uno de los primeros que hacía sola en Europa: la noche que comenzaba a correr mientras la ventanilla divisaba el cambio de paisaje y la luna recibiéndome al bajar al andén. Había tomado el tren rápido que salía en la tarde del viernes para no perderme la oportunidad de conocer la ciudad. Cuando tocaron mis pies la ciudad y en un extraño inglés-alemán tomé un taxi, jamás imaginé que esos mismos pasos ya estaban orientados en la brújula de mi destino.
En ese tiempo, ya era común tomar los tours a pie para conocer mejor la ciudad. Como buena cazadora de historia y no existía Instagram, encontré un recorrido especial sobre la Alemania Nazi. Mi decisión sonaba bastante razonable sabiendo que al día siguiente visitaría el campo de concentración, ya memorial, a una hora o un poco menos de la ciudad. Se antojaba un fin de semana que me transportaría a la Segunda Guerra Mundial en el corazón propio del nazismo. Caminamos por las calles, conocimos el lugar de la noche de los cristales rotos, la taberna donde se reunía Adolfo Hitler, la biblioteca cuyo sueño de gran museo aún se encontraba grabado en el techo con la esvástica y cubierta de árboles como si se quisiera esconder un pasado del que no se pudiera escapar. Entre esas paradas, el guía hizo referencia al lugar donde Sophie Scholl había sido detenida como principal incitadora del movimiento de resistencia alemana La Rosa Blanca. Al concluir ese fin de semana, con Dachau incluido, dos frases se quedaron en un compartimento de los recuerdos Nunca más y sí La Rosa Blanca.
Una de mis tradiciones personales para cerrar el año resulta ser la lectura de un libro que no tenga nada que ver con mis estudios. Para el cierre del 2021, llegó como los libros que buscan a sus dueños, el trabajo del escritor V.S Alexander, La traidora. Debo confesar que su portada coronada por una rosa blanca fue lo que captó mi atención en el stand de la librería y al leer la contraportada, justo pareció como si escarbara en mi propia memoria, un grupo secreto conocido como la Rosa Blanca. Con una traducción que bien podría ser mejorada, la historia de un personaje ficticio que forma parte y sobrevive a este movimiento pacífico dentro del corazón del nazismo sin duda construye un gran relato sobre la visión alemana contraria al régimen de Hitler. El movimiento en cuestión surgió en la universidad de Múnich donde los hermanos Scholl –conocidos en Alemania como héroes nacionales– y un grupo de universitarios, escribían panfletos donde a través de una prosa educada y razonada, comentaban de los agravios a la sociedad, al Estado y al libre pensamiento que llevaban a cabo dentro del gobierno de Adolfo Hitler. Si bien, sus principales líderes fueron sentenciados a muerte a principios de 1943, su voz conservada en texto es una evidencia clara de que no todos los alemanes eran nazis. Y aún más, no sabemos cuántos alemanes al leer las palabras de Sophie o sus compañeros, decidieron hacer la resistencia pacífica al régimen, ayudando a judíos o presos políticos a sobrevivir, escondidos en casas o bajo identidades falsas. En ese tiempo no existían redes sociales, Alemania vivía en un régimen dictatorial, pero en el aire reverberaba la esperanza de la comunidad. Sí, aquellos lectores que, inspirados en la voz de la denuncia, cambiaron el rumbo de sus pasos.
Muchos, quizá la mayoría de los lectores de este panfleto, no están seguros sobre cómo oponer resistencia de una manera efectiva. No ven la oportunidad de hacerlo. Queremos demostrarles que todos pueden contribuir al colapso de este sistema. Mediante la animosidad individual, a la manera de los ermitaños resentidos, no será posible sentar las bases para derrocar este “gobierno” ni incluso hacer una revolución lo más pronto posible. No, sólo se puede lograr a partir de la cooperación de mucha gente enérgica y convencida, que acuerde de qué medios se valdrá para lograr su objetivo. No tenemos muchas opciones. Solo hay un medio al alcance de nosotros: “la resistencia no violenta”, escribía el joven Hans Scholl en el Panfleto III, publicado en 1942, por La Rosa Blanca.
Han pasado casi 80 años de rosas blancas escondidas entre las siluetas de las palabras y si bien el mundo no enfrenta un conflicto similar a la Segunda Guerra Mundial, existen sociedades que se encuentran bajo regímenes autoritarios o algunos que comienzan a serlo bajo el velo del populismo. Aunado a una amenaza mundial como es la emergencia sanitaria por el virus Covid-19 cuya nueva variante resulta ser más contagiosa que el sarampión, siendo sólo las personas vacunadas quienes tienen mayores posibilidades de salir bien librados o por lo menos, salir adelante de la enfermedad. Y ante estos escenarios catastróficos, la esperanza de la comunidad, casi un siglo después, sigue vigente.
La resistencia pacífica del siglo XXI está delineada por el trabajo comunitario. La incorporación y vigencia de valores que nos permitan entender que todos formamos parte del todo: ello nos lleva a la empatía, a la libre expresión y, sobre todo, al respeto de las diferencias como el cimiento para la construcción de una misma comunidad. Esto aplica en actos tan pequeños pero significativos como el uso de cubrebocas, o tan vitales para el orden nacional como la dignificación de la oposición.
Aquella primera vez que estuve sola en Alemania, realmente no me encontraba tan sola… aunque suene como canción. Siempre existió alguien quien me ayudara a entender una palabra difícil, declinar bien un sustantivo o encontrar el sitio en mi búsqueda. Siempre existió una persona que me ayudó hilvanar recuerdos entre rosas y monumentos que me llevaron, años después, a revivir un tiempo que pertenece a mi corazón. Y creo que siempre existe alguien, en el silencio de la vida cotidiana, que nos recuerda que sí, juntos siempre seremos más: en la búsqueda de la paz, la disminución de los contagios, la eliminación del autoritarismo y el sueño siempre presente y quijotesco de hacer un mundo mejor.