La almohada  

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El primer mandatario depositó la cabeza en la almohada. Era el momento de descansar, de olvidar el diario ajetreo y que las neuronas, tranquilas en relax, lo llevaran al mundo de Morfeo.

 

Cerró los ojos y se relajó, y fue cuando las dudas, los problemones, las decisiones saliendo sigilosamente del cerebro –casi invisibles átomos– se metieran en la  almohada.

 

Como microscópicos polvos y volátiles, lo que le dolía o preocupaba al alma del primer mandatario: salían de su cerebro y se metían en la almohada; los millones de pobres, los centroamericanos que no cesan de llegar, los ancianos que mueren de hambre e inanición sentimental, los maestros que siempre en contra estarán, los que no quieren equitativo reparto de riqueza se metieron por entre las celdillas del almohadón de “soñare” y aunque no pesaban se amontonaron.

 

Frumm, grrum, el primer mandatario liberado descansa. Lejanamente ve la verdura de Mascupana y por unos momentos, Carlos Salinas, Elba, los delincuentes de cuello blanco, no están en sus neuronas cerebrales.

 

Despierta a las 5 a.m. y al hacer de lado cobijas y almohadas, nota que a una, la almohada en donde depositó su cerebro no la puede quitar.

 

Ya como que desvarió –piensa– y se mete a bañar.