La puerta
Liviana y sola dejó pasar un fulgor.
Del otro lado se asomó un ojo,
derramó una lágrima.
Yo atisbé todo desde mi lugar.
No me atreví jamás
a buscar a aquél espía.
Seguí escuchando la lluvia,
tarareando la canción
que nunca será aprendida.
Con el tiempo me despedí
de aquella guarida.
Después de todo quedó vacía
Sin calle, sin timbre,
sin número ni espía.