LA VICTORIA DE LA DEMOCRACIA
Aún era una niña cuando Luis Donaldo Colosio Murrieta fue nombrado candidato a la Presidencia de México. Recuerdo que estaba en el cuarto de mis padres, acompañando a mi mamá para ver la televisión ya que mi papá se encontraba en Palacio de Gobierno trabajando. Cuando lo vi, en la inocencia de un régimen que apenas y entendía, regresé la mirada hacia mi acompañante y le dije, con el convencimiento de una pequeña de 8 años, que ese sería el nuevo presidente de México. Mi afirmación provenía de lo que bien había escuchado en la sobremesa: en México sólo un partido era el que podría gobernar, tal como lo venía haciendo mucho tiempo atrás, incluso que mis padres nacieran. Evidentemente, nada en el tiempo de los hombres y sus circunstancias está escrito o por lo menos, disponible para que podamos leerlo con tiempo. Un año después, el presidente electo era Ernesto Zedillo Ponce León mientras que Luis Donaldo, con su asesinato, había transitado al mito de un México con sed de justica, cuyo apellido lleva el recuerdo de Colosio.
La victoria de la democracia en nuestro país pertenece a las últimas generaciones del siglo XX mexicano. En 1988, en la mayor muestra del control político del partido oficial, un candidato de oposición perdió las elecciones debido a una falla en el sistema. Eso provocó que el candidato –supuestamente– ganador, Carlos Salinas de Gortari, buscara por todos los medios el reconocimiento de la ciudadanía, lo cual nos llevaría a una crisis social mucho más compleja en 1994. Su sucesor inesperado, Ernesto Zedillo Ponce de León, más que ganar un premio, recibió un país suspendido en una burbuja que se rompió a los pocos días de haber iniciado su mandato, llevándose por la borda a muchas familias mexicanas que perdimos todo. Nos había durado poco el sueño del desarrollo.
Si bien fueron tiempos difíciles para la población, en el sexenio de Zedillo se independizó una institución que, a la postre de los años, sería la encargada de alzar con hechos, a la democracia como la gran triunfadora: el Instituto Federal Electoral. La gran valía de este consistió en deslindarse de la Secretaría de Gobernación y a través de su autoridad, asegurar comicios electorales más efectivos y transparentes. Y algo bueno se debió haber hecho, pues el siguiente gobierno, a pesar de todo pronóstico, fue dirigido por un empresario del partido de oposición y con gran tradición en el país: Vicente Fox Quezada y el Partido Acción Nacional. Si bien para el año 2000 aún no podía votar, participaba afanosamente en los debates de la preparatoria defendiendo la posibilidad de la alternancia, algo replicable en otros círculos que sí elegían y que parecían cortar el cordón umbilical a la represión de ideas que había caracterizado el siglo XX en nuestro país.
Tiempo después, estudiando ya en la Facultad de Ciencias Políticas de la UAEM, asistí a una conferencia donde comparaban el triunfo de Fox como un movimiento social silencioso y pacífico, con muchos paralelismos a los sucesos de transformación territorial y política en Europa con motivo del fin de la Guerra Fría. En ese entonces, la prensa reclamaba a través de la libre expresión, los errores del Señor Presidente, un acto desmesurado en muchas de las ocasiones, pero que para mí representó esa transición a concepciones más modernas de presidencialismo. En México ya hasta podíamos señalar al presidente en cargo y no tener el miedo que nuestros padres y abuelos sintieron entre 1958 y 1971 con los movimientos huelguistas y estudiantiles. Pero, sobre todo, existía la sensación de que, finalmente, el voto importaba.
Y así, en el 2006, en medio de una debatida elección y puntajes, el PAN volvió a dirigir al país y seis años después, las urnas le dieron una segunda oportunidad al otrora partido oficial y Enrique Peña Nieto del PRI se convirtió en presidente. Durante esos doce años, una figura que fue ascendiendo de las sombras en el paso de otros partidos y aprendiendo sus peores prácticas, continuó en su lucha legítima en sus términos por convertirse en presidente de República, alegando que el triunfo del 2006 le pertenecía: Andrés Manuel López Obrador, quien fuera el polémico jefe de gobierno del Distrito Federal. Batalla que, gracias a las urnas y justo al INE, la evolución institucional del IFE, venció con la bandera de la esperanza y la transformación, hace cuatro años. Aquella noche del 02 de julio del 2018, las televisoras y las redes sociales brillaron con el reflejo de los miles de mexicanos que creyeron en aquella promesa de un México mejor. Y no los culpo, ¿quién no anhelaría un país mejor para vivir?
Cuando pienso en la democracia en México recuerdo a un joven millonario, junior y extravagante, que dejó la vida cómoda en su hacienda de Coahuila, para luchar por ella: por la libertad política que el orden y progreso porfiriano habían suprimido. Y ciertamente, fue más fácil que la política mexicana lo traicionara que lograr un estado democrático y libre pensador, pues aquel Panchito como le decían, había terminado en una trágica historia de la vida nacional. En realidad, ni siquiera con el fin de la revolución, el sueño de la democracia se alcanzó; y sería hasta finales del siglo XX que las primeras luces de victoria se alzaran cual elegantes como la victoria alada de nuestro Ángel de la Independencia.
Los frentes de lucha por la democracia en México aún se encuentran en batalla. Nuestro voto tiene valor, pero la decisión expresada a través de él continúa sometido a la ignorancia, el populismo y la delincuencia… pero, sobre todo, de la demagogia. En un acto absurdo propio de dictadores en ciernes, el próximo domingo 10 de abril, bajo el lema de justo hacer historia con la democracia, se ha retomado una práctica justificada en la utopía de ésta, para preguntarle a la gente si se encuentra a favor o no de la revocación del mandato. Con reglas hechas a manera del partido en el poder, sin una clara explicación de los escenarios posibles y un presupuesto que bien podría haber contribuido a sanar heridas económicas de la pandemia, la consulta ciudadana resulta ser un paso más a la dictadura militar-populista, que cual alebrije mexicano, tiene muchas caras y múltiples demonios.
Recuerdo ahora el discurso de Colosio, aquel 06 de marzo de 1994: ya no soy una niña que lo visualiza como candidato, sino una mujer que cada día que pasa ve desdibujada la brújula del destino de su país. No sólo veo un México con sed de justicia, de información sobre las mujeres desaparecidas, de pérdida de esperanza y graves problemas ambientales. Veo un México militarizado en su infraestructura y dividido en sus aspiraciones. Veo al México que su pueblo sabio a través de la democracia propició. Quizás por ello crea que este domingo, la mejor manera de honrar todos estos recuerdos de una mexicana sea la indiferencia a las casillas y el acto decidido de no votar… quizás la mejor manera sea justo, el silencio.