Los conceptos de territorio y regionalización al debate

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En 1928, hace casi un siglo, refiriéndose al Perú, José Carlos Mariátegui (2010) señaló: uno de los vicios de nuestra organización política es, ciertamente, su centralismo (p.206), realidad que a la mitad de la tercera década del siglo XXI significa uno de los aspectos más resaltantes de la problemática del país. Esta realidad señalada por Mariátegui no era patrimonio exclusivo del Perú, otro tanto ocurría en los demás países de la región. 

Los científicos sociales y los políticos han utilizado y usan diversos y encontrados conceptos sobre región, espacio, lugar, paisaje, localidad, diferenciación espacial, territorio, Estado, federalismo, centralismo, descentralización, integración, unidad, soberanía, frontera y regionalización, todos conceptos fundamentales. Eso complica aún más la discusión social y territorial que deja como saldo un país fragmentado y una sociedad carente de oportunidades. 

En el siglo XIX las viejas pugnas históricas, económicas y políticas entre Francia y Alemania, que condujeron a ambos países a dramas bélicos entre 1870 y 1945, se tradujo en un profundo debate desde sus visiones geográficos. Los franceses con Paul Vidal de La Blache (1845-1918) y la escuela francesa, relacionada más con el paisaje y la geografía regional y los alemanes con Friedrich Ratzel (1844-1904) y la escuela alemana, relacionados con la idea del Lebensraum (espacio vital) que después Hitler y los nazis usarían a su antojo con carácter expansionista. Era pues la geografía política. Ambos modelos, uno social y otro económico se convirtieron en el siglo XX en propuestas políticas de gobierno, una más liberal, la otra, ultraconservadora. No obstante, las dos escuelas, entendieron al territorio como un espacio de usufructo, una concepción profundamente diferente a la de los pueblos originarios de América en general y de las naciones andinas y amazónicas en el Perú, en particular. 

Fue el siglo XIX también, el tiempo en que federales y centralistas combatieron en América, las experiencias de Argentina, México, Colombia y Venezuela grafican muy bien estas pugnas que se extendieron hasta el siglo XX y fueron transformando sus proclamas y programas. El Perú tampoco fue ajeno. Ya el profesor Martín Reátegui Bartra (2021) ha establecido que la llamada Revolución de Iquitos de 1921 no fue ni federalista, ni separatista, sino que contenía un germen regionalista. Con el desenvolvimiento político de las jóvenes repúblicas, los ideales de formas de gobierno y sus postulados se amoldaban, mutaban, se replanteaban de acuerdo con las complejas realidades de los países. Por una parte, las formas de gobierno se adaptaban pragmáticamente a los intereses de ciertas élites, por otra, las ciencias sociales fueron gestándose intensamente feudatarias de los estudios europeos y después estadounidenses. Por ello, los conceptos mencionados se han construido casi siempre de espaldas a la realidad de la región y sus características.

Las ciencias sociales carentes de análisis político frente a lo geográfico

Algunos proponen que el problema causal de la permanente crisis latinoamericana es el centralismo, otros, el federalismo. Es decir, una guerra de conceptos. Chaires Zaragoza (2017), argumenta que el federalismo no ha funcionado en América Latina como sí lo ha hecho en los Estados Unidos de América, por factores como la existencia de sociedades poco diversas, el peso del pasado colonial, la ausencia de una cultura federal y de evolución de la sociedad en los asuntos públicos (p. 29). Este autor no toma en consideración las complejas relaciones norte–sur del continente, es como si no existieran dinámicas económicas y de poder político de carácter asimétrico, además que no conoce la diversidad de las culturas existentes. Aunque cuando habla de diversidad se refiere a diferentes influencias europeas. Pareciera que cuanto más influencias foráneas recibiera América, mejor se podría gobernar. 

Se han propuesto diversas formas de descentralización, muchos proyectos de regionalización se han debatido durante décadas y otros se han llevado a cabo, primando la mayoría de las veces un criterio sectario e interesado y no la resolución de los problemas básicos del país. El que se cuente con un sistema de regiones en el Perú no ha conseguido la descentralización de sus funciones administrativas locales, por el contrario, el gobierno central administra de forma más centralista que antes el presupuesto. Y no solo eso, de acuerdo con Contreras (2002), la autonomía fiscal no se ha podido poner en práctica en las regiones (p. 29). Por lo mismo, todo el funcionamiento jurídico y político al respecto no impide la manifestación de gravísimos problemas regionales, la crisis de planificación y gestión desde los gobiernos locales y la sensación de que solo se ha modificado nominalmente el orden departamental por el regional, pero todo el sistema continúa mostrando un panorama difícil.

Hay que señalar que a la dinámica territorial la reviste una realidad económica. En el Perú ha sido muy difícil el conseguir en ciertos lugares la organización autónoma de los recursos y esto con graves saldos para las poblaciones. 

Otra de las características equivocadas metodológicamente de los modelos de integración regional sobre la que se ha escrito muy poco, es que estas se postulan a partir de dos conceptos, o bien para “desarrollar a la región o bien para regionalizar al país. Y estos planteamientos a su vez han sido realizados, especialmente desde 1979 en dos niveles: o bien para organizar regiones en el mapa o bien para implementar las autonomías regionales a partir de procesos eleccionarios. El cariz de ambos procedimientos debe ser colocado en tela de juicio, pues lo que se observa en los gobiernos locales es que las regiones han reproducido en su desarrollo los mismos vicios del gobierno central.  

La regionalización continental

Por otro lado, todo proceso de regionalización en esta época en donde se hace patente la necesidad de la integración regional, económica y cultural debería fundamentarse en un proceso cabal de regionalización de cada país a partir de un modelo continental de integración. ¿Postular esto es creer un imposible? No pensarlo de esta forma sería cometer el mismo error de los que proponen un análisis de cada país sin tomar en consideración sus avatares históricos, herederos de las relaciones económicas y políticas con sus vecinos. 

Mariátegui (2010) señalaba al respecto que: el fin histórico de una descentralización no es secesionista sino, por el contrario, unionista. Se descentraliza no para separar y dividir a las regiones sino para asegurar y perfeccionar su unidad dentro de una convivencia más orgánica y menos coercitiva. Regionalismo no quiere decir separatismo (p. 206). Y eso puede servir no sólo para un país, sino para la dinámica entre varios.

Reflexionar sobre la regionalización tomando en cuenta el mundo que nos rodea es de suma importancia, pues todo proyecto de desarrollo e integración regional debe pasar necesariamente por impedir las innecesarias fracturas locales, nacionales y fronterizas e infundir la cohesión territorial, social y humana. Se pueden proponer y ensayar muchos planes de regionalización, pero, como dijera Mariátegui (2010): 

La autonomía municipal (…), la descentralización administrativa, no pueden ser regateadas ni discutidas, en sí mismas. Pero, desde los puntos de vista de una integral y radical renovación, tienen que ser consideradas y apreciadas en sus relaciones con el problema social (p. 206). 

Se debe tomar en cuenta para el análisis, que aquello lo escribió en 1928 y todavía no ha sido resuelto. Es decir, se debe buscar un desarrollo regional que tome en consideración los problemas sociales, las necesidades básicas y las potencialidades reales, en su relación con la situación territorial, como fundamento. Y hablar de territorio es complejo, pues una es la visión occidental de este y otra, la de los pueblos del interior del país, que tienen formas de relacionarse con lo territorial no entendiéndolo como despensa, sino como parte viva de las relaciones socioespaciales. 

Todo modelo de integración regional en el actual contexto mundial tiene que tomar en cuenta la internacionalización de la economía que se presentó desde la década de los noventa bajo el nombre genérico de globalización, así como de sus modelos de producción, de división social del trabajo y de segmentación territorial. La pregunta planteada por Boisier (2003): ¿Triunfará la globalización y desaparecerá la identidad social territorial? (p. 15), va referida directamente a cómo los sectores socioeconómicos de los lugares que se ligan con la economía global recientemente y que sufren asimismo sus efectos negativos; podrían o no lograr resistir los mismos a partir del desarrollo identitario, que se traduce no en chauvinismo, pero sí en oportunidades de desarrollo, utilización de lo propio, administración cabal de los recursos, relaciones histórico-territoriales, formas de ecología social, etc.

La globalización tal como se desenvuelve en estos momentos, produce cierta homogeneización de los beneficios –para quienes los obtienen– y la misma homogeneización de las frustraciones y otros resultados negativos para quienes son los afectados directamente con sus políticas; por todo eso, una integración regional, más aún en lugares que han sufrido de una dependencia económica como el Perú, y cuyos recursos no han sido utilizados racionalmente, necesita indudablemente de una propuesta que imbrique la integración con la globalización, pero de manera crítica. Además ─y como lo señala Domínguez Ávila (2008) sobre un texto de los historiadores franceses Pierre Renouvin y Jean-Baptiste Duroselle (2000)─ los países que aspiren al desarrollo tienen la necesidad –y obligación– de considerar su circunstancia geográfica (p. 75); pues para poder resistir el lado perjudicial de la globalización es necesario apelar al reordenamiento de la infraestructura extractiva, productiva, vial y laboral, que se sustenta necesariamente en la dinámica territorial, con una visión que incluya la opinión de los pueblos, logrando ─según Harnecker (2008)─ un proceso de desarrollo de territorios sociales (pp. 15-21). 

Los modelos de integración regional hasta ahora llevados a cabo en el Perú, más allá de los activos y los pasivos, no han logrado una incorporación a sus propuestas de la participación de la sociedad en su conjunto y de los actores sociales ligados directamente a la producción. Esto es fundamental y debe ser tomado en consideración, pues todo sector social se erige sobre un territorio y construye su noción abstracta de él, lo que no es lo mismo, y la relación entre los diversos lugares genera ejes territoriales (Harnecker, 2008, pp. 49-70)  y estos deben ser considerados a decir de Boisier (1998) como fuentes de progreso, pues el entorno territorial es factor clave del desarrollo (p. 5); y para el análisis, crítica y propuesta es necesario entenderlo así, incorporando no únicamente los cambios en la dinámica territorial, sino también en el entorno, de naturaleza tecnológica, económica, política y social (p. 18).  

La necesidad de un cambio radical desde las ciencias sociales

Se necesita de un profundo hecho crítico y radical en las ciencias sociales. Es necesario que el debate geográfico, antropológico, sociológico y político se esfuerce en delimitar en qué medida los contenidos conceptuales y modelos de desarrollo comprendidos en las propuestas estudiadas, reflejan una visión de desarrollo que responda a las necesidades específicas del desarrollo integral de esta región y en relación con el mundo. Producto de esta propuesta crítica deberá desprenderse una oferta de integración regional que se sustente no exclusivamente en la observación, la crítica y el análisis de la realidad; sino también en el profundo estudio de la geografía y su relación con los problemas sociales y económicos, pero añadiendo un criterio nuevo: la relación espacial entre los países vecinos, es decir una integración regional en donde los condicionantes externos sean mutuos, colaborando con el desarrollo de un mercado latinoamericano, que impulse las unidades productivas a partir del entendimiento racional del territorio y que postule la integración del continente.

Luego de siglos de postergación, formas coloniales de producción y participación económica y un centralismo burocrático y marginante; y ante el contexto globalizado, la contribución política de las poblaciones en sus procesos de integración pueden ayudar a definir más cabalmente que las ciencias sociales que se desarrollan de espaldas a la realidad, las posteriores dinámicas territoriales de la integración, las cuales deberán sustentarse en la satisfacción de las necesidades; más aún si como se confirmó en los lugares predominantemente rurales de inicios del siglo XXI, según Grompone (2002), la existencia de una debilidad de sus élites y sus organizaciones, así como procesos de desconfianza a la política y de desafección ciudadana (p. 30). Situación que se había ido gestando décadas atrás (Tanaka, 2002, p. 24). Arribando al primer cuarto del siglo XXI con similares problemas de finales del siglo XX y de más atrás aún. Por todo esto se debe reconocer que plantear la transformación de la concepción del territorio es también un hecho político. 

Referencias bibliográficas

Boisier, S. (2003). El desarrollo en su lugar. Universidad Católica de Chile.

Boisier, S. (1998). Teorías y metáforas sobre el desarrollo territorial. Revista Austral de Ciencias Sociales. (N° 2), pp. 5 – 18.

Chaires Zaragoza, J. (2017). El fracaso del federalismo en Latinoamérica. Un estudio comparado con la cultura federal de los Estados Unidos de Norteamérica.  Revista Via Iuris, (N° 23), pp. 0-35. Fundación Universitaria Los Libertadores.  https://www.redalyc.org/pdf/2739/273957284008.pdf

Contreras, C. (2002). El centralismo peruano en su perspectiva histórica. Instituto de Estudios Peruanos -IEP.

Domínguez Ávila, C. F. (2008). América Latina y la recomposición geopolítica intrarregional en los primeros años del siglo XXI. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales – FLACSO.

Grompone, R. (2002). Los dilemas no resueltos de la globalización. Instituto de Estudios Peruanos -IEP.

Harnecker, M. (2008). Gobiernos comunitarios. Monté Ávila Editores Latinoamericana C.A. – Centro Internacional Miranda.

Harnecker, M. (2008). Transfiriendo poder a la gente. Monté Ávila Editores Latinoamericana C.A. – Centro Internacional Miranda.

Mariátegui, J. C. (2010). 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana y otros escritos. Fundación Editorial el Perro y la Rana.

Reátegui, M. (2021). Guerra en la montaña. Centenario de la revolución de Iquitos de 1921. Editorial Pasacalle. 

Tanaka, M. (2002). La dinámica de los actores regionales y el proceso de descentralización: ¿El despertar del letargo? Instituto de Estudios Peruanos -IEP.