Margarito Cuéllar

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Estudió periodismo y la maestría en artes en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Es doctorando en artes y humanidades por la Universidad José Martí de Latinoamérica.

Entre sus libros de poesía destacan: Heridas luminosas que se quiebran (Universidad de Externado, Colección Libros a Centavo, Bogotá, Colombia, 2021); Señales luminosas bajo el cielo de cobre (Universidad Autónoma de Querétaro, México, 2020); Poemas en los que nunca es de noche (Grupo Editorial Ibáñez, Bogotá, 2019); Teoría de la belleza (Instituto Sinaloense de Cultura, 2018); Poemas para formar un río (Monte Ávila, Caracas, 2016); Vigilias (RiL Editores, Santiago de Chile, 2013) y Las edades felices (Hiperión/ UANL, España-México, 2013 y 2015). Ganador en 2014 del Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada (INBA/ Gobierno de Tabasco). En 2019 obtuvo el Premio Hispanoamericano Festival de la Lira, convocado por el Banco del Austro (Cuenca, Ecuador). Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en el área de letras (2014-2016 y 2019-2022). Dirigió el Centro de Escritores de Nuevo León y la revista Armas y Letras de la UANL.

Con Nadie, salvo el mundo obtuvo el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2020 (Huelva, España).) y el Premio Internacional de Poesía Golden Magnolia, Shanghái 2021.

(El cirujano de John Keats: 1795-1821)

Abro las ventanas de su pecho

cruzo corredores verdes

y arranco de un instrumento

–el corazón, parece–

Acordes, ritmos agitados, cartas por escribir.

Lo hago con suavidad para que no despierte

y me sorprenda  –bisturí en mano–

diseccionando el aire prematuro de la vida.

Corto despacio. Busco indicios de amor en sus tejidos

pigmentos inmortales en la corteza de sus penas.

Abro una puerta, me detengo en la flama

de un astro encendido en sus entrañas

avanzo hacia el fulgor de un planeta que da vueltas y vueltas.

Hay un camino de flores, algunos lagos

y en su sangre entre diminutas criaturas vivientes

el gen que da sentido a la belleza.

Pasillos estrechos, puentes de cristal

y puertas que unen una pieza con otra.

El día se gasta y es hora de volver al sitio de partida.

Entre ramas secas,

como un bicho que desconoce el poder de sus alas

encontré este poema.

MAPAS

(Borrador en avión de papel hecho con un poema de Wistlawa Szymborska)

 

Países de papel

​                 cuya apariencia brilla

en puntos de colores.

Calles estrechas como estampas del mar.

Bahías del tamaño de una cabeza de alfiler.

Colinas y montañas reducidas a pixeles

apenas perceptibles al que mira.

(“Todo es pequeño, cercano y accesible”)*

a la vez todo es inalcanzable.

En algún lunar plateado hay colonias de peces

y los círculos verdes son  –o fueron – selvas o jardines.

No hay esqueletos que señalen la hambruna

sólo elefantes, ballenas y puentes levadizos.

Me gustan los mapas, no por sus verdades a medias

sino porque imprimen velocidad al futuro

e imaginación a sitios que parecen cercanos

pero que en realidad están a millas de distancia.

Un faro, un muelle,

una estación de tren o una estrella solar

nada dicen del fluir de los ríos.

No es posible zarpar de las costas de un mapa

menos tomar altura ni aterrizar en él.

Imposible galopar a caballo

arrojar un anzuelo, nadar a otra vertiente,​

acampar o encender una hoguera.

Un mapa no es siquiera un pase de abordar.

A lo mucho camino de hormigas en el atlas del mundo.

Un mapa es una flecha sin destino,

su apariencia es el blanco.

BLUES DE LA MUDANZA

Terminamos ayer.

El camión va medio vacío,

pero repleta de altibajos la memoria.

Es la quinta o sexta vez

en los últimos años

que llamamos al mismo número

de avisos de ocasión.

Por la consola de mi padre

se paga adelantado

(cargar dos muertos​

requiere permisos especiales,

pues hace mucho

ni la consola ni mi padre circulan).

Por la casa familiar

(sin la granada del patio)

y el Chevy 1997

pagamos un ojo de la cara.

El chofer de la unidad es el mismo

y la sombra de su hijo también.

Llevan cubrebocas

para no respirar el óxido de la melancolía

y en silencio buscan lugar

a un tren de juguete

descarrilado en un desierto del siglo pasado

al violín

que afina sus notas en una casa de empeño

a la máquina de escribir

que se dañó el sentido figurado

con las primeras lluvias

a un par de peces

que buscan una gota de agua.

Lo más complejo es el país.

Se ocupan varios viajes,

la niebla borra los símbolos patrios

y algunos pedazos de bandera

se quedan en la aduana.

La última maleta

guarda celosamente el Destino.

Ni siquiera nosotros

que señalamos con cintas de colores

la ropa de verano, las piezas de ajedrez,

los juegos de la infancia

que doblamos cuidadosamente

norte y sur

y activamos el GPS

sabemos qué calles

o qué país contiene.