Mestizaje y familia en México: una relación condenada a la apatía
La semana pasada comentamos el excelente texto La racialización de la clase en México, del sociólogo mexicano Hugo Cerón-Anaya. Habíamos dicho que en sus escasas seis páginas conseguía plenamente sus propósitos argumentativos, y que además, las conclusiones a las que llegaba podían ser extrapoldas al caso de muchos otros países latinoamericanos que adolecían todos ellos de un racismo de una naturaleza similar. También, dijimos que esta semana comentaríamos algunos de los muchos cabos sueltos que tiene este enorme tema en el caso de México.
No podemos aspirar a nada de esto. Pensar con la lucidez suficiente la sociedad mexicana como para brindar o intentar una respuesta última sobre sus problemas y su naturaleza, es algo prácticamente imposible. El genial crisol cultural e histórico que es México, no acepta medias tintas o acercamientos simplistas de quienes intentan escribir sobre él. Eso explica que ante su enjundia literaria, artística e intelectual especial, a los países de la región, no les pueda nacer otra cosa que respeto.
Por todo ello, esta semana nos referimos a las implicancias a nivel de género y familia que se explican a partir de lo que habíamos llamado La Racialización de la clase en México y a partir del famoso libro El Laberinto de la Soledad, de Octavio Paz. Para ello, echaremos mano de un texto de Federico Navarrete, Doctor en Estudios Mesoamericanos por la UNAM e investigador en la Facultad de Historia de la misma casa de estudios. El trabajo en cuestión se titula El racismo mestizo, una historia de familia. En él, su autor mantiene una tesis que punza exactamete la fibra de la que emergen los problemas a los que nos queremos referir, cuando dice: …parece innegable que el mestizaje nunca va a producir una población homogénea de iguales. En realidad siempre ha funcionado como un mecanismo de racialización y jerarquización que repite una y otra vez sus principios racistas esenciales: la supremacía de la parte blanca, generalmente representada como masculina, la inferioridad de la parte indígena, asociada con la femineidad de manera negativa, desde una ideología patriarcal, la invisibilización de la parte afro…
Navarrete consigue algo muy difícil: cuestiona los significados sobre términos como mestizo o familia y nos hace verlos como las dos palabras sobre las que triangulan gran parte de las relaciones de abuso y de discriminación racial que denuncia. En razón de esto, la descripción que se obtiene es distinta a la común, pues vemos cómo se desenmascara al término mestizaje como la excusa de dichas conductas y a la familia como el campo de relaciones, en el que estas prácticas negativas que se confirman y hasta legitiman.
El resultado es el siguiente: la familia es el lugar en el que se normalizó la exacervación de los valores mestizos que una parte muy concreta de la sociedad mexicana exarcervó, causando una profunda violencia y supresión hacia la mujer desde hace mucho en la historia mexicana. En aquél lugar inesperado fue, paradójicamente, el centro en el que se fue normalizando una inexistente superioridad social y cultural del hombre que, de una forma u otra, legitima el trato despectivo respecto a su cónyuge si es que esta no encajase con los cánones estéticos y culturales estipulados por la mentalidad colonial heredada.
Por lo anterior, el mismo Navarrete se ve obligado a redondear la idea diciendo: En una población como la mexicana, donde conviven personas de orígenes tan diversos, con formas corporales y colores de piel tan variados, nunca faltan las diferencias que remarcar, las distinciones que recordar, las jerarquías que afirmar.
Ahora bien, ante un panorama tan atinado con la realidad, cabría preguntarse, ¿dónde calza la figura de Octavio Paz y su diagnóstico sobre la sociedad Mexicana en general y sobre el problema del género? ¿Por qué sigue, acaso, siendo importante su propuesta? ¿Acaso sucede o sucederá con México lo que sucedió con otras naciones a lo largo de la historia, cuando un individuo tuvo una agudeza tal en su visión sociológica como para determinar imperecederamente a su país? Navarrete mantiene un diálogo breve, pero iluminador con Paz para aclarar estas cuestiones.
Antes de entrar en materia, he de confesar que la primera vez que supe del pasaje de El Laberinto de la Soledad que entronca el tema de nuestro análisis me sorprendió gratamente. Su claridad y la crudeza de sus expresiones me hicieron comprender lo que sucedía en mi país de una forma casi inmediata, aún cuando Paz se refería a México. No en vano lo encontré citado en un artículo casi canónico de la sociología peruana contemporánea: La utopía del blanqueamiento, de Gonzalo Portocarrero. La certeza y la manera en la que el significado estaba profundamente conectado con la realidad de muchas partes del Perú me sedujo inmediatamente; sin embargo, he de confesar que eché algo de menos la voz de una propuesta de cambio o de superación a raíz de tan genial diagnóstico por parte de Paz. Leyéndolo con más cautela y revisando el diálogo de Navarrete con Paz, me di cuenta de lo que me sucedía en aquél momento: el propósito del libro es el de un fatalismo implacable que impide ver belleza y posibilidad alguna en el escenario descrito.
Esto se puede ver en el pasaje es referenciado por Portocarrero en una apretada paráfrasis que dice: El vástago mestizo es ignorado por el padre y sobreprotegido por la madre. El resultado es el “macho” inseguro y sin ley, un sujeto impulsivo y abusador, finalmente, solo.
Investigando más profundamente el asunto me di, primero, con que el pasaje pertenece al capítulo cuatro de la obra en cuestión, y que se titula Los hijos de la malinche, con lo que Paz apunta con una metáfora totalmente diáfana hacia sus propósitos. Y segundo, con que, Navarrete no piensa dejárselo tan fácil a Paz a la hora de intentar una supuesta condena ineludible de la psicología social del país, entendiendo la carga semántica y sociológica que estos propósitos tienen, y el profundo determinismo en el que el escritor mexicano estaría encerrando todo cuanto aconteciese en el seno de la misma.
Así pues, me convencí de que Navarrete mantenía la actitud de un investigador lleno de entusiasmo, alejado de superficialidades y realmente comprometido no solo con su disciplina sino con su sociedad. Y que, en suma, el problema no era sólo más grande sino más complicado de lo que podían hacerlo ver tanto quienes defienden el mestizaje como Paz. Pues, claro, siempre será más cómodo forjar una opinión o cerrar un trabajo académico sobre una certeza o bajo el amparo de los argumentos de una gran autoridad. Siempre. Pero a su vez, siempre tendrá más valor el hecho de que enfrentarse a dicha autoridad y despegar a la opinión pública y a la academia de la convicción de que las ideas de Paz o de cualquier otro, por ejemplo, sucedieron, pero que, podrían no seguir sucediendo si se planteasen las hipótesis pertinentes para no dejarnos seducir por la clausura del problema.