MUJERES PODEROSAS

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Lucrecia Borgia es, para la mayoría, la personificación de la lujuria y la perversión, una mujer cuyos apetitos desmedidos no se refrenaban ni ante el incesto y que envenenaba a sus amantes una vez satisfecha su desmesurada pasión. Esto es lo que leo en la biografía titulada Lucrecia Borgia escrita por Isabel Barceló Chico, publicada por RBA España en el año de 2020. Esa imagen que hablan de una de las mujeres más fascinantes de la historia en Europa y para América —por nuestra cultura occidentalizada—, nos hace imaginar múltiples fortalezas y belleza en una sola mujer. Al investigar y reflexionar en la historia de las mujeres se nota paso a paso que la visión injusta de los ‘hombres’ en contra de las mujeres excepcionales, lleva, cómo en el caso de Cleopatra a denigrarla: comenzando con el romano Octavio Augusto, quien en su lucha por destruir a Marco Antonio, su principal enemigo, para alcanzar el poder del imperio romano, lo mismo utilizó todo tipo de argucias para vencer militarmente al reconocido por sus huestes quien está enamorado de la mujer egipcia: la derrota de Marco Antonio ha de llevar a la muerte de los amantes.

En el caso de Lucrecia Borgia sucede de nueva cuenta este suceso: hablar mal de la mujer cuyas dotes hacen que el hombre o los hombres pierdan la cabeza: para amarla de cerca o de lejos, o para odiarla, con odio tan cruel que no hay límite a la calumnia o difamación en contra de ella. Eso sucede con Lucrecia, leo: Este siniestro relato empezó a forjarse en su época, a raíz de los comentarios de los enemigos políticos de su padre, el papa Alejandro VI. En Cleopatra y Lucrecia vemos las mismas circunstancias: su relación con el poder político, en la primera como mujer de Estado que busca hacer alianza con el poderoso imperio romano para que acepte que Egipto este sea digno en sus relaciones con el gran imperio y, no sujeto a esclavitud o sojuzgamiento. En el caso de Lucrecia la fortuna o desfortuna de ser hija del Papa Alejandro, hombre que se considera en aquel tiempo el más poderoso del mundo. Cuenta su biógrafa Isabel Barceló: El ataque más brutal lo recibió del cronista Francesco Matarazzo, quien la acusó de ser la mayor puta de Roma. Lo siguió el político florentino Francesco Guicciardini, que la describió como la hija incestuosa de Alejandro VI, amante al mismo tiempo de su padre y de sus hermanos. Sorprende, cierto, que en el caso de Cleopatra y Lucrecia haya escritores de todo tipo —en particular cronistas—, que hablan o escriben mal de las mismas. Y esto lleva a la reflexión de que tales mujeres sobrepasaron a su época en el común de ellas. Al grado que mujeres y hombres no pueden descifrar su lugar en el mundo. Y al no poder hacerlo las llenan de vituperio, de pasiones que van del amor al odio. Desconocidas para sus contemporáneos, que ven en ellas sólo la ambición del poder político y económico, o el deseo de dominar a través de las pasiones derivadas de su belleza física y el aura que les rodea; que seguramente sobrepasaba en su momento a todos los presentes, cuando hacían su aparición en círculos de poder o aquellos de la vida social.

Calumnias y difamaciones parece que la belleza desmedida de la mujer trae como pago por recibir tales prendas. Así ha sido en todo el tiempo para mujeres excepcionales: Edith Piaf, Eva Perón, Marilyn Monroe, María Félix, Sofia Loren, y tantas más. Excepcionales en su belleza, en su vivir la vida, que la mayoría de las veces es muy crítica y trágica: tal es el caso de Marilyn Monroe que termina suicidándose. Aunque se duda de que eso haya sucedido, pues se cree que pudo ser asesinada por círculos del poder político de Estados Unidos. La calumnia o incapacidad para comprender ese fenómeno de su presencia que rebaza todo, dice el texto: Tres siglos después, Alejandro Dumas y Víctor Hugo reavivaron estas calumnias, elaborando una imagen más distorsionada si cabe, y perpetuando todas las mentiras que aún hoy acompañan la historia de Lucrecia Borgia. Dumas la definió como una mujer atea por naturaleza, ambiciosa e intrigante. Pensemos en ello, un escritor brillante que se atreve a escribir sobre una mujer que vivió siglos atrás, y que al revisar crónicas y estudios históricos de aquella época, se queda con la idea de que está frente a un portento no de belleza y creciente aura, sino ante la mujer ambiciosa que entrega todo con tal de llegar a sus fines más aviesos. Todos los hombres —escribo en particular de nosotros— que ante fenómenos que no comprendemos, lo reducimos a la nota roja o amarilla que más puede llamar la atención al lector. Sí, pues si en pleno siglo XXI somos capaces —en el mundo occidental—, de resumir la presencia de la mujer en las peores opiniones, es lógico que hace siglos la presencia de la mujer siguiera sujeta a la mentalidad machista: misma que dice que la mujer sólo es objeto de belleza y de utilización, pero le negamos que sea capaz intelectualmente y por talento, de acercarse ni tantito a las cualidades masculinas.

Sorprende que Víctor Hugo, uno de los escritores más adelantados en el mundo moderno, de los más grandes literatos y hombre de su tiempo, igual participa en política de manera decidida, y siempre por las mayores metas del ser humano. Víctor Hugo, nuestro héroe liberal y republicano escribe sobre Lucrecia según su biógrafa: Víctor Hugo, yendo aún más lejos, retrató a su personaje como portador de la deformidad moral más vergonzosa y más repugnante. Si se revisa la vida de la mujer en ese tiempo, surgiendo de la edad medieval hacia el mundo moderno, al revisar la obra de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo se puede constatar el mundo en el que vivó Lucrecia Borgia, el de la destrucción del mundo de la ética y la moral, pues basta con pensar en que el papa Alejandro VI tuvo todo tipo de relaciones ‘pecaminosas’ en su tiempo; cosa que hoy es inconcebible un comportamiento del representante de la Iglesia Cristiana en tales términos. Al juzgar a Lucrecia se juzga una época que eso sí, rebaza al personaje, a los reyes, intelectuales y artistas de su época. La biografía presenta dos etapas en la existencia terrenal de la hermana de César Borgia, este sí, personaje, que siendo hombre de Estado, es la imagen del ‘Político’ para Maquiavelo: se entiende que este guerrero es hombre que reúne todo tipo de fortalezas como político de Estado —pero a la vez, todos los defectos—quien tarde o temprano ha de caer en desgracia.

Tres veces casada, primero con Juan Sforza en 1493, personaje al que se le niega que haya consumado el matrimonio en sus relaciones maritales: Lucrecia sufre vergüenzas ante los comentarios en la corte y, en los ámbitos de la vida del Vaticano. Rodrigo al negársele que haya llegado a ser verdadero esposo le ha de calumniar, al decir que tiene relaciones incestuosas con su padre. La hermosa e inteligente mujer no ha de pertenecer a nadie, sólo a los Borgia: del padre que es quien más valora su inteligencia y su don de mando en toma de decisiones — o de su hermano César Borgia, cruel y pasional—. Es tanto el amor de su padre por ella, que le da la gubernatura de Spoletto y, en el año de 1501, le nombra vicaria del Vaticano durante su ausencia. Dato importante, pues es la primera mujer en recibir tan importante encargo de gobierno en la historia del papado. Su segundo matrimonio fue todavía más desastroso, pues terminan asesinándole al amor de su vida, Alfonso de Aragón. Sólo al casarse con Alfonso de Este, y que se va a vivir a Ferrara, ha de expresar toda su inteligencia, cultura y capacidad para forjar una corte donde lo mejor de esa región italiana demuestre cualidades de humanismo y de desarrollo político alejado de los vicios que en Roma y en el Vaticano, fueron sus peores días en los años de vida dentro del mundo de Italia y sus feudos en las guerras por el poder de la península.

Muere a los 39 años, cuenta su biógrafa, que al tener a su hija que también fallece en el parto. La historia de sus hijos y sus amantes están ahí en los hechos; el revisar qué cosa hizo en sus relaciones políticas, donde en esa época la mujer no es en aquellos años, sino sólo motivo para alianzas y acuerdos, es decir, sólo objeto de compra-venta y nada más.