Nota fúnebre

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Hace un par de días fui al concierto de la orquesta filarmónica de una pequeña ciudad, el tema de aquel domingo de concierto fue marchas fúnebres, el director explicaba con la singular alegría que lo caracteriza, la razón de ser de cada pieza y pedía al público reflexionar sobre aquellos momentos que llevaron a sus creadores a componerlas, y después, mientras cada músico y música con sus respectivos instrumentos participaban en las composiciones, de momento sentí una gran nostalgia.

Me hice muchas preguntas:

¿Cómo sería mi marcha fúnebre? ¿En qué parte de la composición sonarían las campanas, el trombón, los violines o las percusiones? ¿Cómo podría describir mediante las notas y con los instrumentos, mi propia vida? ¿Qué imágenes evocarían los momentos del mi participación en este mundo? Si hoy muriese, si mi último pensamiento antes de mi partida fuera este ¿cómo sería mi despedida?

No sé de composiciones, de leer las notas musicales, tampoco soy experta en sinfonías o conciertos de música clásica, así que describiré esto conforme a lo que he escuchado y me ha gustado, con lo que conozco, se asemejaría a lo que me provoca.

Pensé que podría comenzar con un redoblar de tambores, que aunque fuesen para evocar las muertes heroicas de aquellos combatientes en guerras, o las marchas de los militares, para mí sería como el advenimiento de algo inesperado, una presentación a lo que sería la vida. Una vez en este mundo, la imagen de mi infancia sería llevada al son de las trompetas, imaginando que voy navegando por los mares y veo tierra firme cerca, la de un marinero en busca de un tesoro, un trombón tal vez anunciando mi llegada, cual es la sorpresa, al escuchar en aquella isla, los violines de un vals sentimental, como el de Tchaikovski, cierta oscuridad, lenta agonía de un momento adolescente, pero al mismo tiempo el vals de las flores, en el mar sumergida, nadando libremente con la delicadeza de los flautines y una chispa de alegría, los cambios en mí de ese entonces. Hay un momento en el que hay silencio, mucho silencio y si algo pudiera sonar en esa etapa seria todo al mismo tiempo, sin ritmo, sin corazón, con cierta malicia, sin sentido. Hubo unos momentos así.

Ya con cierta madurez, imagino un bosque, estoy ahí desde que comienza a salir el sol, recordé a Rachmaninof concerto No. 3. Camino por entre los árboles, con un vestido de manta blanco, descalza, con mi cabello suelto, y comienzo a caminar más rápido, miro a los alrededores, las aves, sonrío, de repente estoy sentada con los ojos cerrados, meditando y un zorro que camina a mi alrededor despierta mi atención, salta, corre y yo hago lo mismo, se esconde, me escondo y lo abrazo, estamos dentro de su madriguera, lo cuido, me cuida. Salgo. Me despido.

Hoy, estoy sola en un escenario, una luz me ilumina, estoy a punto de un monologo sobre mi existencia, sí, tal vez aquí suene la marcha fúnebre de Chopin. Aquí llega, aquí lucho y no lucho, me entrego, cayendo a un abismo o volando, tal vez, sintiendo el viento en mi rostro, sonriendo por última vez, bailando por última vez, dando los últimos respiros de vida.

Pensar en la muerte aquel día, me hizo suspirar.