Prosas poéticas…

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Masticar nubes

Cuántas veces vi la desnudes de tu espalda, ruborizada, tímida, palpitante, en ocasiones callada como un cementerio donde la lengua limpiaba ceniza. Nuestro idilio sofocante traspasó las cortinas de agua donde nadie escribirá historias. Vamos abrazados de nuevo, caminando horas azules, divinas, elevadas en inagotable copular de dioses pecadores, sobre palmeras donde se reinventa la ternura, cómplice ritual de juegos que desembocan, en sofocados paraísos de luciérnagas descalzas, donde he pasado sobre diosas de espíritus de aullidos radiantes en camisas de arena y sal. 

He gritado en la morada de letras indelebles, al ritmo de manantiales de leche; en los gusanos que lamen excusas en huellas de maíz, esperando labios perfumados para derretir máscaras en los diarios sin instinto, me he humillado en lechos de interminable noche y hechizos de luna en celo, que al escupir anhelan conquistar sueños atrapados en nido de escombros enloquecidos; sigo gritando por edificar una corona de pasión donde se penetra al ritmo de mortal comezón. 

Eres ofrenda insobornable de incienso, mezcal con sol y playa, descaro de rebeldía en costeras del infierno, en el rincón de las partículas donde se tejen amantes de marfil y el respirar fuera de tu piel, es valentía desmoronándose en el cosmos que busca tu nombre. Eres melancolía misteriosa con destino de náufrago, con tibieza al filo de heridas encontradas en la diversión de las burbujas, que rompen sus lágrimas en rendija de bóvedas vacías. Moriremos en la sonrisa de alas deshilachadas, envejecidas en la obscuridad de cada gota de sudor, cometiendo el delito de masticar nubes cuando el incendio se vuelve maleza y no flor. 

En tu faro, mi cuerpo se vuelve suspiro y tropieza en las marchitas horas, se vuelve peligro fugaz dirigiéndose en bandada a la purpura y ansiada humedad, que navega en el contagio del miedo a las madrugadas. 

No me quedaré lejos del sueño, del aire, del odio que muerde el respaldo de tus caderas, soy guardián anónimo convertido en luz de interminable llanto bajo tu pelo, realidad convertida en fragmentos de perdón, donde evitaremos borrar mis huellas y que la ausencia te encuentre sola, porque aún sin mis ojos en tu piel, estaré ahí adhiriéndome para navegar en tus alas de mujer, cubriendo tus interiores, tiznando tu intransferible realidad donde me he perdido, y me consume tu espalda. 

Puntos suspensivos

Hablando de ti, pienso en demonios, en pecados de alcoba, en madrugadas de empapada semblanza, pienso en bálsamo sensual, pautado, de aroma a paraíso perverso y consagrado en mis costados. Fatigado en tu bohemia de oleos impúdicos, sediento de recrear el celo ineludible en las telarañas y su vértigo desfalleciente.

Llueven susurros, revolotean en campanario taciturno, de obsesión a la eternidad, desorientados al abrazar el sereno ancestral del lenguaje sin lenguaje. Mi desgracia placentera, naufragó en semillas suicidas, muriendo estúpidamente en murallas dementes, al lado de cigarras vedadas en incontenibles lienzos de brujas ardientes. 

Pienso ¿apagaré las ansias felinas de rizos esmeraldas? Me gusta tropezar con tus puntos suspensivos, desmontar los rosarios de tus temblorosas calles. Camino en noches de procesión sobre frágiles manos del sudario que guardan tu paraíso. De ti, inventé instantes de almohada, pensamientos disfrazados de sobrios remedios, mentiras desatadas en tu intimidad. 

Hablo como sobreviviente sin treguas, varado en tu porcelana sonriente, en tu exquisito llanto ciego; luminoso y nostálgico. Soy desertor de las costumbres, del deambular nocturno en tus molinos de fantasmas sordos, desahuciado por pelos de bronce intangible, por papiros de errante seriedad donde vuelan miserias de abismal silencio. 

Me gusta encubrir tus ladridos dormidos, después de sembrar en tus cicatrices, despeinando valles, atrapado en el atisbo de un simulacro, donde me invitas a consumir el temblor atrapado en el polvo de mi inusual tortura. 

Emigro, castigando ausencias, tratando de entender tus treinta y nueve idiomas, abriendo las rendijas salvajes de mi sangre transformada en desvelos, que destrozan suspiros de insectos, y golpean presagios de tristeza. 

Hablar de ti, anida mis tejidos en la herida del inmenso oficio de cama, que envejece brincando semidormido, en las estatuas desoladas que huyen en cada despedida, derribando distancias con lluvia, con tabaco y helados que cantan al viento, y huelen a otro planeta, a otra visión, sin odios, ni abandonos que hieren al desplantar los pies de la hierba fría, que mendiga besos negros en cada encuentro.