Seguimos engañándonos

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Uno de los grandes problemas de nuestra sociedad es pretender ser lo que en realidad no se es; la simulación es una constante, al punto de convencernos de todas las mentiras que construimos.

Seguimos pensando que no pasa nada si no respeto el tiempo de los demás; por más que se nos dice que la puntualidad es directamente proporcional al tamaño un compromiso, muchos siguen actuando de manera irresponsable, haciendo de su impuntualidad el sello característico de su esencia.

Somos incongruentes en muchos aspectos, y pretendemos salirnos con la nuestra a cualquier costo; increíble que, por ejemplo, se ha hecho énfasis en que el famoso grito en los estadios de futbol debe ser erradicado, porque podría haber una sanción mayor a todos los representativos del país. Pero en esa lógica de que yo soy más chingón que el mundo, ese grito volvió a tomar protagonismo con otra consecuencia tangible, una segunda multa a la Federación Mexicana de Futbol y dos juegos a puerta cerrada para los partidos eliminatorios ante Costa Rica y Panamá a desarrollarse en enero y febrero del año siguiente.

Así las cosas, suponemos que nadie se da cuenta de nuestro absurdo accionar y vivimos retando al destino de maneras tan ilógicas como suicidas.

Si bien es cierto, que el país está en un semáforo epidemiológico verde, no podemos bajar la guardia; en efecto, en muchos lugares, con los protocolos pertinentes, se han ido retomando las actividades de manera presencial.  La vida debe proseguir y las funciones sustantivas tienen que recuperar su espacio público para sobrevivir tras más de veinte meses de pausa, pero de eso a organizar fiestas masivas o voluntariamente asistir a espacios públicos retacados de personas, resulta un peligro gratuito e innecesario. ¿A quién pretendemos engañar?

Andamos presumiendo vidas supuestamente exitosas, a conciencia de que tenemos áreas de oportunidad tan evidentes como el tamaño del sol; queremos convencer al mundo de que somos ejemplo a seguir, pero no tenemos contacto con nuestros padres, hermanos o hijos. ¿Candil de la calle?

Gustamos de cuestionar y criticar a todo y todos por la más mínima pequeñez, pero somos incapaces de mirarnos al espejo y analizar todo lo que dejamos de hacer en el día a día; una postura falsa y poco convincente.

En público, nos ostentamos como dechados de virtudes, pero en lo íntimo mostramos el lado más obscuro; mentimos, pretendemos, blofeamos, negamos, actuamos, fingimos, culpamos. Siempre encontramos culpables.

Urge hacer saber a los padres de familia de las nuevas generaciones que, de no actuar de manera rápida, estamos condenando al mundo a la aceptación de un paradigma que para nada es halagador; estamos en el límite para buscar establecer éstos, haciendo de la disciplina una herramienta valiosa y de la congruencia un estandarte para la vida.

Seguimos engañándonos, y desde los espacios en los que se debiera favorecer el bien hacer, casa y escuelas, encontramos complicidades perversas que no han abonado a la conformación de un mundo mejor.

¿Quiénes estamos dispuestos a propiciar un cambio?

horroreseducativos@hotmail.com