Sin rencor

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Ya vamos llegando al final de un camino (no se sabe cuál), acompañados de nuestros seres queridos (no sabemos quiénes) para recibir las campanadas (imprecisas de dónde tañirán y a qué volumen las escucharemos) de un año que se termina al mismo tiempo del nacimiento (que debería ser el verdadero regocijo de los pillos feligreses) de la luz y los buenos sentimientos.

De acuerdo, pero ¿Dónde colocamos el cargamento de ironía, amargura y exigencia de atención que nos tiramos a la espalda desde hace doce meses?, ¿En qué momento olvidamos las traiciones, los bajos golpes, las deudas y las felonías? No me cuenten que el fin de año es un tiempo de perdonar, porque es más breve que los 364 días restantes en que fuimos el blanco de burlas y estafas mayores y menores. 

De lado dejamos a los enfermos, a los pobres, a los hermanos. Porque aquí la selección de la casa consiste en elegir al mejor dotado financieramente y dicho sea de paso, de buen rostro y frente. El interés tiene pies. ¿Los buenos sentimientos? Ja,ja,ja, admite la interjección la Real Academia de la Lengua que todo pule y enjoya. 

Las leyes físicas de este planeta nos obligan a caminar pegados al suelo, por eso seguimos a la mayoría en sus movimientos, difícil es andar contracorriente. Por eso, por algunas horas, vale la pena abandonarse al sentimiento de pertenecer a un grupo, sea pequeño o numeroso. Sea pues, por un momento, la magia de la Navidad y el olvido del desapego: 

De la inmediatez de la compra

vuelan los regalos a las manos

ansiosas de los obsequiados

amantes: las palabras, las odas,

los sinceros deseos de la vida juntos;

pasar los días vacantes sin sobresaltos,

caminar las montañas, nadar los lagos.

Todo eso me prometiste

y más, cuya cuenta, yo iba anotando.

a la primera falla, digamos los cambios,

fui desterrada al infierno de los indeseados.

Sustituiste pronto mi compañía

por la contemplación de otro canto,

dichosa gorriona, palomita ignorada

que pronto será cambiada de ese 

trono malhabido y profano.

O no, vivirán felices por siempre

abrazando, abrazados a

la posibilidad de no rendirse,

defender el derecho a amarse tanto.