Sobre las posibilidades del amor y la amistad en esta sociedad

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Nos dice la sociedad que cuando llega un catorce de febrero hay que festejar, diría entonces, que celebro en el día que se celebra lo que debería prevalecer y celebrarse todos los días, pero sobre todo ponerse en acción y al servicio. Tal vez valdría la pena dar un vistazo a dónde nació está costumbre que por unos momentos nos recuerda que tal vez sí, el amor existe, sólo basta abrir los ojos a que el amor no es para festejarse, es para darse, es para entregarlo a las personas que amablemente se cruzan en nuestros caminos de esta hermosa aventura llamada vida.

Aún así, me nace narrarles un  poco, contarles que fue posiblemente  en la Edad Media cuando se asoció el amor romántico a la figura heroica y mitológica de San Valentín, fuertes lazos entonces los que se funden en la leyenda del patrón de los enamorados. Se trata sin duda de una fábula que fue creciendo y adornándose, pero también desvirtuándose,  con el paso de los siglos hasta llegar a nuestros días. Sin embargo, es un día que nos puede llevar o invitar a reflexionar sobre el amor y cómo lo hemos vivido con la o las personas más importantes en nuestra vida. Alertas, pues también corremos el riesgo de caer por un momento en una intoxicación afectiva que surgirá al momento de volver al sufrimiento, al desvanecerse esta fecha tan ilusoria, esto al final de cuentas,  altera nuestra identidad. Así es que, cuidado cuando por ahí un pequeño diablito nos incita a los pensamientos del morir de amor. Recordemos entonces que para amar no necesitamos nada y mucho menos, morir. En este día, y por supuesto ningún otro debemos confundir el enamoramiento con el amor, menos aún justificar el sufrimiento afectivo cuando terminamos enredándonos en relaciones negativas con el pensamiento de que así es el amor. Esto es muy posible que suceda cuando nos permitimos una ceguera emocional en la que el sentimiento decidió y nos arrastró como un río desbordado.

El amor tiene una inercia que puede llevarte a cualquier sitio si no intervienes y ejerces tu libertad. Recordemos que un morir de amor, asimismo, es morir de desamor. Y sin embargo, el catorce de febrero es el onomástico de San Valentín, una historia que se remonta muchos siglos atrás y está envuelta en la bruma de la leyenda, tal es así, que hoy la Iglesia Católica pone en duda su existencia, y desde 1969 no celebra dicha festividad. Pero no deja de ser una tradición que, por cierto, habría que buscarla en los albores del siglo III, cuando el cristianismo se expandía con rapidez por el Imperio romano, pese a los intentos de los dirigentes romanos de acabar con esta nueva fe. Es entonces cuando aparece la tradición de tres mártires romanos llamados Valentín. Algunos dicen por ahí que fue San Valentín de Terni como el verdadero San Valentín, otras hablan de un tal Valentino que recibió martirio en África, pero quizás, la leyenda más romántica sea la de San Valentín de Roma. Un sacerdote llamado Valentín se opuso a la orden del emperador Claudio II, quien decidió prohibir la celebración de matrimonios para los jóvenes, considerando que los solteros sin familia eran mejores soldados, ya que tenían menos ataduras y vínculos sentimentales. Así Valentín comenzó a celebrar en secreto matrimonios para jóvenes enamorados y de ahí se popularizó que sea el patrón de los enamorados. Pero al enterarse, Claudio II sentenció a muerte a San Valentín, el catorce de febrero del año 270, alegando desobediencia y rebeldía. Por este motivo, se conmemora todos los años el Día de San Valentín.

Parte de la desviación de un espíritu de festejo del amor es la comercialización de esta celebración; la primera reseña que existe es la que señala la norteamericana Esther A. Howland como la precursora de la venta de tarjetas regalo con motivos románticos y dibujos de enamorados que ideó y realizó a mediados de la década de 1840. Unos productos que se vendían por unos centavos en la librería que regentaba su padre en Worcester (Massachusetts) y las cuales se convirtieron en todo un éxito. Fue durante el siglo XIX, cuando en los países anglosajones, comenzó la tradición de intercambiarse postales con mensajes amorosos en el Día de los Enamorados. Poco después, a la costumbre de las postales se sumaría la de obsequiar a la pareja con otros regalos como rosas, bombones y joyas. Ya muy entrado el siglo XX, el comercio y la publicidad recogieron la figura de San Valentín, alentaron su patronazgo sobre los que estaban tocados por las flechas de cupido o los que pretendían estarlo y lo aprovecharon para convertir el 14 de febrero en una fecha señalada en la que aumentar sus ventas.