TURISMO EN JAQUE: PRESUPUESTO 2026, VIOLENCIA Y NACIONALISMO A LA MEXICANA

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«El nacionalismo es esa fiesta donde cierras la puerta… y luego te preguntas por qué no llegó nadie.»

Anónimo. En Redes Sociales

¿APOYO O IGNORANCIA?: El Proyecto de Presupuesto de Egresos 2026 del Gobierno de México trae consigo una paradoja interesante: mientras el discurso oficial presume que el turismo seguirá siendo “motor de desarrollo”, en los hechos el sector recibe un presupuesto limitado y se anuncia un incremento en los costos asociados a los visitantes internacionales, particularmente en el rubro de los derechos y gravámenes a quienes ingresan al país. 

Para el buen entendedor, se apuesta a que vendrán más turistas, pero se encarece su llegada y se restringen los márgenes para promover al país en un entorno global cada vez más competitivo.

La pregunta es inevitable: ¿puede un aumento en cargas impositivas o en los denominados “DNM” correlacionarse con una disminución del flujo turístico, ya de por sí golpeado por la violencia y por un discurso nacionalista que parece olvidar que el turismo, por definición, es apertura?

De acuerdo con los reportes oficiales, el presupuesto asignado a la Secretaría de Turismo para 2026 apenas crecerá un 1 % respecto al año anterior. Una cifra raquítica -vencida por la inflación y por la competencia- si se compara con las necesidades de promoción internacional que se intensificarán de cara al Mundial de Fútbol de 2026 y otros eventos de gran escala.

Al mismo tiempo, la propuesta hacendaria contempla incrementos en ciertos derechos y tarifas vinculados a los turistas internacionales. No se trata de una invención mexicana: muchos países han aplicado “tasas de turista” en aeropuertos y hoteles, pero la clave está en el equilibrio. Cuando se suman impuestos, tarifas aeroportuarias, costos de seguridad y tipos de cambio desfavorables, la competitividad de un destino puede erosionarse rápidamente.

LA SOMBRA DE LA VIOLENCIA: Sector insiste en que la violencia no afecta al turismo. La realidad dice otra cosa. Desde el cierre de hoteles en zonas costeras hasta las alertas de viaje emitidas por gobiernos extranjeros, la inseguridad se traduce en menor afluencia y, sobre todo, en percepción negativa. No es casual que, al planear sus vacaciones, muchos viajeros prioricen la sensación de seguridad por encima del precio. ¿Usted vacacionaría hoy en Culiacán?

El turismo, como actividad económica, es profundamente sensible a las crisis de violencia. Una balacera en un destino de playa puede tener efectos devastadores en las reservaciones de toda la temporada. Si a este riesgo real se le suma la idea de que el gobierno mexicano exige cada vez más pagos a quienes nos visitan, el resultado puede ser un cóctel explosivo.

El nacionalismo económico puede ser eficaz -y solamente a veces- en sectores estratégicos como la energía o la industria manufacturera. Sin embargo, aplicado al turismo corre el riesgo de convertirse en un autogol. Exaltar lo “nacional” a costa de lo internacional transmite un mensaje ambiguo: se agradece que lleguen visitantes extranjeros, pero se les recuerda que no son el centro de atención, sino un complemento.

En un mundo hiperconectado, los turistas buscan destinos hospitalarios, con reglas claras y con apertura cultural. La retórica nacionalista, cuando se acompaña de políticas restrictivas o poco amigables, puede desalentar a quienes prefieren opciones más simples y acogedoras en el Caribe, Centroamérica o incluso dentro de sus propios países.

Los estudiosos del fenómeno (nosotros) nos preguntamos si existe correlación entre el incremento de los DNM y la probable disminución del turismo. La respuesta contundente es sí, y no es difícil de explicar.

Por el lado de la elasticidad de la demanda, el turismo internacional reacciona a los precios. Un aumento en impuestos o tarifas eleva el costo final del viaje. Se selecciona otro destino o se acorta la visita.

En cuanto a la competitividad regional, destinos como República Dominicana, Costa Rica o Colombia, ofrecen experiencias similares con menores costos fiscales.

Y aunque se niega un día sí y otro también, se deteriora la Imagen país; si a la inseguridad se suma la idea de que México encarece artificialmente la entrada, el “valor percibido” del destino se reduce.

Gerardo Esquivel, exsubgobernador del Banco de México, ha señalado en distintas intervenciones que “aumentar los costos de acceso para el turismo extranjero, en un contexto de inseguridad, puede ser un error estratégico: se corre el riesgo de desalentar la llegada de visitantes justo cuando más se necesitan divisas para sostener al sector.”

Enviar 800 representantes turísticos a FITUR, o incluso copatrocinar esta Feria Turística en España (tan atacada, por su conquistadora culpa) no garantiza resultados. Sería bueno analizarlos seis meses después del evento.

DE FONDO

La narrativa oficial apuesta por cifras agregadas: “México es el sexto país más visitado del mundo” o “se esperan 50 millones de turistas internacionales en 2026”. Cierto, pero las estadísticas esconden matices. Los números pueden crecer por la cercanía con Estados Unidos o por el engañoso pero numeroso turismo fronterizo, sin que eso se traduzca en derrama real ni en diversificación de mercados.

DE FORMA

Lo que sí se percibe es un déficit en la promoción internacional, parece que el CPTM sí funcionaba y los “cónsules de turismo” no. Existe un exceso de confianza en la “marca México” y una peligrosa autocomplacencia frente a fenómenos que ya han demostrado su capacidad para espantar al turismo: violencia, inseguridad jurídica y políticas nacionalistas mal diseñadas.

DEFORME

El efecto combinado de “violencia” más “costos incrementados” más “nacionalismo” resulta en una menor disposición a viajar, especialmente en segmentos de bajo y medio poder adquisitivo. Parece que no hay análisis costo-beneficio y se apuesta por un modelo de “más impuestos, más ingresos”.

COLOFÓN

Mientras el gobierno apuesta por cobrar más a quienes nos visitan y por invertir menos en atraerlos, el turismo corre el riesgo de convertirse en víctima colateral de un modelo económico que olvida lo esencial. El turismo, para crecer, necesita seguridad, competitividad y apertura. Lo demás —los discursos, los presupuestos maquillados, las frases nacionalistas— son adornos que no llenan hoteles ni restaurantes.