Ciudad de los 5 mil nichos
Primera edición de Ciudades del México Prehispánico del escritor Luis E. Arochi, es del año de 1992, aparece dentro de la riqueza de aportaciones a la investigación afortunada en sucesos y magia o imaginación: obra material y espiritual convertida en obras del patrimonio cultural más importante de la patria. Son libros en primera edición prueba de que venimos de lejos en el buscar saber quiénes hemos sido. ¿Qué somos en la actualidad sabiendo en lo más profundo cuál es nuestro árbol genealógico familiar y como nación? Dos gigantes aparecen en el sureste de la capital mexicana: Monte Albán, creación de olmecas, zapotecos y mixtecos; el Tajín, a la que se le llama La Ciudad de los cinco mil nichos, de ella nos dice Luis: En la misma área de acumulación de hidrocarburos (Tampico-Nautla) se ubica Poza Rica, que desde 1930 es una importante zona petrolera; dista de El Tajín aproximadamente 24 kilómetros por carretera.
Zona muy visitada hoy por turistas nacionales y extranjeros, es reconocida también por aportación de la vainilla, que en su presencia primitiva permite admirar más su olor y compostura. Quienes hemos tenido la oportunidad de visitarle sabemos que es privilegio único. Arochi cuenta: En el siglo XVI El Tajín ya no se encontraba, afortunadamente, ocupada. Sus habitantes se habían ido muchos años antes de la llegada de los españoles, constituyendo en el siglo XII, con otros grupos de totonacas de la Sierra de Puebla un núcleo de población, a 8 kilómetros de distancia, en Papantla […] Estas condiciones climatológicas son muy parecidas a las reinantes en El Tajín, durante 700 años, aproximadamente, estuvo cubierta por la vegetación guardando celosamente sus polícromas estructuras pétreas. Un país desbastado por la inquina, la envidia, el temor de que se rebelaran comunidades y grandes ciudades a los que siempre fueron pocos españoles: dueños de estas tierras sin ser mayoría poblacional. Dueños voraces de la riqueza de este territorio que sí, ciertamente, parecía o era el cuerno de la abundancia, que enriquecía a los monarcas de España, y daba muchos a españoles que vinieron a residir en este país por la fuerza.
Grandes Ciudades descubiertas por gobernantes, pueblo y profesionales o científicos de diversas áreas. Cuenta Arochi: Fue apenas el 12 de julio de 1785 cuando se publicó en la Gaceta de México un plano y la descripción de la zona, firmado por el ingeniero Diego Ruiz, quién buscando plantaciones clandestinas de tabaco, fortuitamente llegó a El Tajín. Lugares de leyenda no sólo para México sino para el mundo, por eso Arochi escribe: De este descubrimiento se entera Humboldt, quien se traslada al lugar en 1811, y lo dio a conocer en Europa, posteriormente lo conocieron Maler, Seler, Dupaix, Nebel y Spinden, en ese lapso no parece haberle interesado el lugar al mexicano. Importante hacer la diferencia de lo que sucede en el siglo XX; estudios por nuestro pasado indígena se convierten en ejemplo y hace llegar a instituciones y especialistas que tienen interés por recuperar zonas arqueológicas de importancia mundial. El rico pasado estuvo sepultado por los conquistadores durante 300 años. Bien escribe el autor: Transcurrió un siglo aproximadamente hasta que el gobierno mexicano decidió sostener un guardián para vigilar y cuidar una extensión de 60 hectáreas de exuberante vegetación y terreno irregular, donde están las principales construcciones. El área total —incluyendo las estructuras localizadas en cerros y laderas de los cerros circunvecinos—, comprende una extensión bastante considerable, cercana a las mil hectáreas.
Al investigar las mágicas ciudades, se nota que existen territorios que para descubrirles representan un gasto de muchos recursos económicos. Miles de hectáreas aparecen por distintas partes de México. Es tesoro sepultado del pasado de México, De ese pasado sabemos que es imposible descubrir tales riquezas arqueológicas. De hacerlo así, no podríamos protegerlas del saqueo y robo de la delincuencia que se dedican a venta del Patrimonio Cultural de los pueblos. Reflexiono, cuando me dedico a leer al filósofo Luis Villoro, en su libro: Los grandes momentos del indigenismo en México, dicha lectura, es prueba de lo valioso que es ir a la historia en la capital mexiquense y, en la investigación de obras escritas sobre el pasado indígena en Toluca. En el estudio de grandes ciudades precolombinas, con el fin de comprender cuánta riqueza aportaron las lenguas indígenas a la manera de ver y vivir el mundo actual. Triste, he de repetirlo, que durante el siglo XX se impusiera el monolingüismo, en un país donde el plurilingüismo era parte de las fortalezas cerebrales y por ello de la capacidad de aprender diversas lenguas en una misma vida. Error de la política cultural y educativa por aquellos que, al dirigir tales Secretarías, creyeron que formar un país se hacía cancelando su basta diversidad y riqueza patrimonial. Por eso el siglo XX y la recuperación de nuestro pasado es obra que debemos seguir para así cantar en todas partes sus logros.
¿Se ha hecho lo suficiente y necesario? Bien sabemos que no. Pero lo realizado nos ha dado a Alfonso Caso, Ángel María Garibay, Román Piña Chan, Miguel León-Portilla, Edmundo O’Gorman, Luis González y González, Enrique Florescano, Eduardo Matos Moctezuma, y tantos más, quienes son sendero pedagógico por el que debemos transitar para comprender la riqueza inconmensurable de un pasado, que fue ocultado, destruido y banalizado, por los conquistadores que dejaron escuela desafortunada en nuestra historia. Cita, en su investigación Arochi: En 1934. La Dirección de Antropología inició los primeros trabajos de exploración y la Dirección de Monumentos Prehispánicos en 1935 por conducto del ingeniero Agustín García Vega, realizó el desmonte de un área de un kilómetro de largo por medio kilómetro de ancho. Los trabajos de exploración, consolidación y restauración se intensificaron en 1939 con la creación del Instituto de Antropología e Historia.
México es un paraíso por riqueza natural y riqueza material creada por el hombre. Escribe Arochi: Dos pequeños arroyos colindan con la zona arqueológica; los ríos Cazones y Tecolutla, al norte y al este respectivamente, son los más cercanos. Por medio de las excavaciones realizadas se han detectado tres periodos de construcción: el primero durante los siglos I y VI de nuestra Era, representados por el Montículo XXXII, localizado en Tajín Chico; el segundo durante los siglos VI y VII, representados por la subestructura de la Pirámide El Tajín; y el tercero comprender un periodo más largo, del siglo VII al XII. Se debe reconocer en estos estudios el conocimiento de diversos lenguajes de quienes descubren el patrimonio cultural del país.
Los investigadores de todo tipo son prueba de dicha diversidad. Cuando intervienen arquitectos e ingenieros o sabios del tipo de arte que les asombra y maravilla: los materiales con el que fueron construidos los más bellos palacios y pirámides de las culturas prehispánicas. Asombra El Tajín, del que escribe Luis: La distribución de las construcciones se hizo de acuerdo con la topografía irregular del terreno: en la parte sur, conocida como tajín, donde la superficie es plana, el arroyo circunda las construcciones por los lados oriente, poniente y sur —que es por donde se entra a la zona—; hacia el norte se conformó el terreno elevado y se construyó una gran plataforma sobre la que se erigieron otras más y varias construcciones, colindando con lomas hacia el poniente; esta parte se ha llamado Tajín Chico. Nada nos debe ser ajenos a toluqueños en estudio del pasado del Valle de Toluca. Ni ajenos al Valle de México, con la grandeza de Teotihuacan o Tenochtitlán: mucho menos, haciendo a un lado, la riqueza precolombina de la nación. Saber de ello, es comprender mejor la defensa de nuestro pasado indígena, que en el Estado de México muestra huellas por doquier cuando pergeñamos en los archivos de la ciudad y el municipio, dos entidades no sólo políticas, sino la verdadera casa donde nos hemos forjado.