COLITAS PARA LLEVAR
Si pasas tiempo con los animales, corres
el riesgo de volverte una mejor persona
Oscar Wilde.
Hace unos días, el escritor Rafael Narbona compartía en la red del pájaro azul, el epílogo de su próximo libro Maestros de la Felicidad: No creo que la depresión sea un «perro negro», como decía Churchill. Los perros -y los gatos- me proporcionaron poderosos argumentos para dejar atrás la tristeza. Los animales son grandes maestros de la felicidad, pues nos enseñan a vivir en la inmediatez… reparé en cuánta literatura han barrido mis ojos sobre las ventajas de tener una mascota, pero nunca había atendido a este detalle: Saben paladear el instante, sin angustiarse por el mañana- continúa Narbona, a quien siempre acompañan las palabras precisas, y me lo deja claro.
Las colitas aprecian y agradecen el orden y las rutinas, pero saben disfrutar del instante, lo saborean con ganas y hacen lo mejor que pueden con los malos momentos. Mi gato por ejemplo, me despierta a diario, diez minutos antes de la hora en que suelo levantarme y luego se dedica a vivir a sus anchas, y a observarnos, por supuesto, que es un gato; mimoso, si desea cariño, regalado si dormido, aguzados los sentidos, si despierto; atento a lo que sólo él, percibe. Lo miro y recuerdo las palabras de H.P. Lovecraft, en Los gatos de Ulthar: Porque el gato es críptico (que se camufla en su entorno mediante su color, su olor o su aspecto), y cercano a aquellas cosas extrañas que el hombre no puede ver. Doy fe.
El autor de Mis Pequeños Ojos, Emilio Ortíz, revela en una entrevista, lo que aprendió de su perro guía, Spock: El enfado y el rencor a los humanos, nos dura días, años o no lo olvidamos nunca. En cambio, el perro vive el presente inmediato. Y vivir así para los humanos, al menos un ratito cuando estás con el perro, es liberador. Ortíz, opina que A los perros la frustración les dura menos que el cariño. Y es que saben vivir lo que les ha tocado mucho mejor que nosotros. Las colitas nos enseñan a vivir el presente. El escritor fue más allá y tocó un punto interesante al afirmar que los perros son desgraciados cuando los amos buscan en ellos a la persona que necesitan, porque entonces, los humanizan.
Para el columnista Martín Caparrós, los animales ya no hacen de animales; hacen, ahora, de personas raras…nos gusta creerlos semejantes. El naturalista Edward Hoagland, tiene la misma preocupación: Si quiere aprovechar la compañía de un perro, no lo entrene para convertirlo en un “semi-humano». Abra su espíritu para convertirse en uno de ellos. Un consejo inteligente. Las primeras mascotas de la humanidad, según algunos análisis de ADN del Instituto Crick de Londres, datan de hace 11,000 años. No se sabe con certeza, cómo el lobo -aún salvaje en muchos lugares- fue domesticado, pero tenemos una relación antigua de convivencia con el perro, en la que ambos deberíamos haber aprendido cosas.
¿Qué dice la ciencia? La paleontóloga Pat Shipman, sostiene que los humanos tuvieron que aprender a ponerse en el lugar de los animales para evitar su ataque y para cazarlos, lo que desarrolló la empatía y las emociones humanas. Es la empatía, la que nos lleva a achacar pensamientos, emociones, lenguaje y otras características humanas a las mascotas. La convivencia, la domesticación, es finalmente, una relación de conveniencia dentro de la cual florecen o no, afectos. Por mucha ternura que despierte esa idea, la ciencia no ha demostrado que los animales produzcan en el ser humano, beneficios específicos. Lo que sí puede afirmar es que las personas que se relacionan con animales de forma positiva, desarrollan beneficios. Reciben oxitocina, se hacen más sensibles, perceptivos, y… la lista es larga y conocida, no la detallaremos, aquí, pero sí resaltaremos que no es la mascota quien nos cambia la vida para bien o mal, sino nuestra relación con ella.
Un adagio popular desconfía de quien no gusta de los animales. Lo cierto es que esta relación la determinan el tipo de interacción anterior que hayamos tenido con ellos, y la tradición de cuidado animal de la familia o sociedad. Estas personas no son malas, sólo son menos sensibles que otras, en ese aspecto. Lo que merece repudio y castigo es el maltrato animal, pero un ser humano, sano, no hace estas cosas. Volviendo a la pregunta, ¿por qué humanizamos a las mascotas? Según la psicología, las cualidades que atribuimos a las colitas: el mejor compañero, amor incondicional, fidelidad, etc. son cualidades humanas que deseamos encontrar en quienes nos rodean y al ver que no es así (o que ese entorno no existe), las proyectamos en las mascotas. Y en ocasiones, un exceso de cariño y cuidado hacia ellas, camufla una necesidad de autoridad hacia el entorno, por baja autoestima.
Mi buen amigo, el poeta Iván Adrianzén, está por publicar un libro con historias curiosas sobre su relación con los perros que cruzaron su camino, y cuenta en sus redes, historias divertidas con un gato imaginario. Lo leo y vienen a mi memoria Argos, Colmillo Blanco, el gato de Cheshire desapareciendo con su sonrisa de media luna… las historias varían, pero el personaje es el mismo: la emoción humana. La escritora Anamari Gomís, expresa: ¡Les pasamos nuestros problemas y son nuestro reflejo. Nos reflejamos en ellos! Y aunque quizá nunca sabremos qué sienten, cómo opinan, qué quisieran hacer o no hablen… tenemos una relación fantástica con ellos y por esa razón pasan a la literatura y a la pintura.
Hay colitas para llevar en tu ciudad, algunas habitan un libro y otras, tienen un corazón amoroso, latente y peludo; la adopción responsable de mascotas promete cambiar tu vida. Te enseña a vivir en gerundio, los sentidos a flor de piel, y un ronroneo anclado en el hoy.