EL CARMEN de Toluca, la esencialidad

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Cada pueblo, cada ciudad, tiene o tuvo su representativo lugar.

 

Así sucede con Toluca, que en la llamada zona de El Carmen tiene para novelas realizar.

 

Quien sabe cómo la canten los bardos queretanos a su histórico y singular Barrio de la Cruz o en CDMX, a cada rinconcito habitacional querido –La película de Roma, para ejemplificar– pero aquí, créanoslo, El Carmen no tiene igual.

 

No hablaré de sus gracias netas finas que son el maximun desiderátum: su tianguis de los Viernes con prestigio nacional, ni de la fiesta a la Virgen, que fue la de más tronío en esta mexiquense capital; hablaré del otro lado de la luna, del lado negro del barrio bravo que a mí la vida vino a salvar.

 

En esos lugares nació, vivió y murió la esencialidad toluqueña, la más pura escondida neta de una mágica ciudad.

 

Ubicado en los años 50 y la mitad de los 60, flotó en el ambiente del verdadero centro toluco un halo raro, difuso; revuelto lo monacal con el desmadre; en el día el zumbido multifónico del tianguis con la policromía de frutas, fritangas y caleidoscopios que juntaban lo humano y lo surrealista: un cargador zampándose un taco de plaza bajado con un pulque de apio y juntito por las cañas una redonda hetaira ofreciendo sus redondeces al jadeoso paseante.

 

Si ubicáramos esta circunscripción geográfica (50-60) con lo actual, no embonaría comenzando con el nuevo mercado que se comió al mero núcleo: el montón de vecindades, tiendas, casas particulares, en fin, el mero corazón del Carmen.

 

Al irse, al desperdigarse la gente se fue la alegría marimbera, los chíngueres en la escondida accesoria, las serenatas en las frías madrugadas, los chingadazos a mano limpia y sólo se salvó la pulquería de Sor Juana.

 

¿Pero, como estuvo que a mi me salvó, esa la parte más querida de mi peculiar ciudad?

Sucede que en mi época de vértigo vivencial, como si quisiera que el mundo me comiera, el alcohol y yo fuimos compañeros del diario vivir/sufrir, noches y días ¿perdidos?, formando parte del paupérrimo valor, vivencial de nadar en un vorágine de semiinconsciente embriaguez.

 

En el día, el alcohol se consigue más fácil y rápidamente; en la misteriosa nocturnidad Toluca era más difícil, pero paradójicamente la zona del Carmen era tan vital, tan llena de aventuras alucinantes, que no tenías necesidad de inventarlas:

 

Entra el Chayito’s y encuentra a los cuates de la primaria; increíblemente en Toluca todavía nos conocíamos todos con todos, además eran los del equipo de Segunda Fuerza: ¿te acuerdas que chinga era jugar de medio volante? –claro güey– era el 3-2-5… y así, la primera novia salió hermana del que ahora te invita un alcohol con té de hojas con el Chori.

 

Y chingá, como lucían las lucecitas de las ventanas dentro de las vecindades, pareciera que nunca dormían y que los radios o dejaban de funcionar. Era la vida pura en la noche: miras debajo de la lámina acanalada del Pacha y tres toquidos, que luego-luego te abren y a darle a las tortas de cascos y a la cuba servida en un vaso sucio.

 

Súbete lentamente, paso a paso por Sor Juana o por Rayón. En los puestos hay vida: se oye el pujar de una dama y el besuqueo que recibe de un medio briago detrás de los tablones de un puesto de cañas; y saliendo apenas del recuerdo de 4 serenatas, el trío se separa teniendo en el cerebro: me despido ya vida de mi vida

 

Toluquita la otra. Métete a la vecindad de Román y chíngate un té de cedrón bien endulzado con su chorro de alcohol de La Aduana, local en Rayón que vendía un alcoholor tan puro que era mejor que un tequila barato, Gitana o El Ratón, por decir.

 

Las vecindades subían hasta el cerro, hasta San Luis Obispo o Zopilocalco y yéndose por Gómez Pedraza hasta El Cebadal.

 

¿Y como estás güey? Y en la tristísima noche de noviembre después de caminar en solitario y con el alma a nivel de las lustrosas baldosas, reflejando la sombra tan triste figura en las estrechas calles que, el ¿cómo estás güey? te sabía a aquí estoy contigo, o ¿Qué crees? Aquí cuates hay.

 

Y el lugar del chupe siempre con claroscuros: las lucecitas de los carbones de los anafres, los puntitos luminosos en el agua de la pileta, los fogonazos de las veladoras que hacían que la virgen o el santo patrón refulgiera a pausas.

 

El Carmen era barrio bravo: de General Prim pa’arriba, El Reflejo, Santa Bárbara… y sobre todo la zona que desapareció, todo el caserío que se tiró para dar paso al mercado 16 de Septiembre.

 

He ahí el meollo, al dejar el cascarón del mercado y el nacimiento del Cosmovitral, la tiradera de casas a cuadra y media al noreste acabó con la parte más representativa de la ciudad. Huyeron todos y se cuenta que al raterío animal lo enterraron vivo: simplemente échales el fresco cemento y congeladas muertas las ratas quedarán.

 

El Carmen era barrio de comerciantes, de tolucos de cepa y sepa de qué misterios más ¿Qué misterios más? Los aventureros que vivimos esas noches lo supimos bien, loa que comimos taquitos de requesón bajado con una cheve los que pudimos, movernos entre sombras amigas, nunca faltar alcohol, hetairas varetas y siempre, aunque a veces era lejano susurro; la canción ranchera o un bolerito para el amor perdido olvidar.

 

Desde pardeando la tarde se habían ido a sus pueblos los conjuntos norteños que no cantaban mal:

 

Una tarde

A Modesta

Encontré

Por las calles

Lucidas de Iguala

 

Conjuntazos con redova, acordeón e intérpretes fidelísimos de Los Dos Oros o Luis Pérez Meza, más de pulquerías que de cantinas ponían a bailar El taconazco del Piporro a más de un alocado briaguín.

 

El Carmen era comercio de mil enseres en la luz del día y en las nocturnas sombras reino del alcalor y del comercio carnal. Oliendo a 7 Machos baratón perfume que Los Pelones de Independencia vendían por litro se acercaban las pecadoras cuzcas, redondas, apetitosas y a veces oliendo a ron y si no hay para el hotel, vente por aquí nomás.

En las pulquerías la femenina presencia tenía su especial lugar, casi en la entrada un cuartito era su lugar para chupar, en sentido recto y figurado Depto de mujeres, decía.

 

El Carmen nocturno no era para cualquier mortal, era precisamente para quien no tuviera miedo de ser ente vivo y poeta; gozar del privilegio de andar en la cuerda floja. No era pa’todos: debías de ser cabrón y audaz y hay del fuereño que se pasara: ¿No te gusta mi tierra? A chingar a tu madre te vas.

 

El desesperado de la burocrática vida sin emoción, hallaba en las noches del Carmen su cuota de adrenalina; y así como las crudas rudas se curan con té y alcohol, así, quien había perdido casi todo hallaba cobijo en el desmadre nocturnal.

 

Alcohol, música, amor comprado, palique y box: para los chingados no había exención de impuestos. Amos ay, a puño limpio y hasta reventar. Aquel que dijo Toluca buen gente no mata, nomás taranta como que estás noche no vivió.

 

Y una pregunta que me hiere el pensar ¿Por qué nunca me hicieron daño los tacos de cran? O los del Chayos de frijoles refritos con una cucaracha nadando en el cafezusco laguito, o ninguna gordita cuzca te pegó purgación.

 

Ah, esas frias noches de oscuridad total donde ¿quién se imagina que en cada vecindad hay un lugarcito para chupar? ¿O las callecitas lustrosas donde el lejano foquito dejaba su mancha entre amarilla y café?

 

Y subir y bajar: Subías hacia el cebadal y bajabas por Sor Juana. Subir y bajar. Mjjuu del El Chori a la vecindad de Román y de éste de nuevo bájale, bájale que ya abrió La Fiesta con sus cheves espumosas de barril.

 

Sobrio, a medios chiles o cayéndose de briago, combinación de brebajes para todos los gustos había, como el dicho del mezcal, para bien o para mal. Y si no te pasabas de pistola, la vida vas a gozar, desde un curadito de piñón, de un Ron Potrero, hasta un Sagargnac  ¿Cuántas cantinas había en El Carmen?

 

El titipuchal, y con una me quedo orita: En Santos Degollado casi esquina con Rayón. Tragotes al bara tequila, golpes al vaso del cubilete y al fondo, y la botellería multicolor y la charla subía de tono que opaca la voz del jugador:

 

–¡Cuatro reyes gringos al golpe!

¿Y en la pulquería del Colorado? De que quiere su curado o como los expertos tomadores de tlachicotón: sin nada, así cara blanca nomás. Y si hace hebra, mejor.

 

–¿De dónde el pulquito viene señor?

–Del pulquicipio de Jiquipulque… creo que es el mejor.

 

Y del día a la noche. Cuidado que hay una celebración: En la vecindad de las lobitas A quince años cumpIió Concepción.

 

Parece canción de Chava Flores pero hay les va: A pesar de estar a un pasito del D.F. HAY PARANGÓN: No me crean pero la vecindad era una comunidad aparte, un vasito de ternuras comunal y el patio del centro servía para banquetes, pista de baile, sala de pompas fúnebres y junto a la coladería central, se ponía la mesa con el pastel nupcial.

 

¡Hay fiesta en mi barrio mi buen! Y es pa’todos es comunal, no hay etiquetas, no te ponen condición y la marimba orquesta que pone su cuota de guapachosos son: Ahí viene Nereidas y luego del toluco Canti Bis, Espuma de már.

 

¡Y que creen? Esta noche hay pachanga en la vecindad. El motivo que sea pero hay jolgorio en el hábitat comunal: taquitos, chinguerito y baile hasta el otro día acabar.

Y vamos a talonear… ¿Con quién?, porque  cuidadito debes saber con quién bailar con quien juntarse y con quien coger.

 

Si hablamos Del Carmen, no podemos eliminar a La Retama y El Cóporo que en otro espacio tendrán su lugar.

 

En El Carmen cada época del año tenía su brillantez: las posadas en cada calle y particularmente en cada lar. La mera navidad que era reparto de vituallas de aquí pa’llá: el revoltijo del nueve, retachado con el Cacalao del seis y si se acababa lo de comer, pus a regalar sidras Sopa de Oro mi buen.

 

Y hasta el corrido había:

 

Señores, vengo a cantar

Al barrio consentido

De mi Toluqueñísimo Car

Voy a decir que de todo existió palique,

comercio y amor.

En el vivimos la gloria

Y el chamusque infernal

Tolucos, de cepa y corazón

¿Quién no recuerda

Al Chayos, al Niño Perdido

O en el Chori un tecito chupar?

Chorreando espuma de mar

En la fiesta revuelves un

taco de plaza con la cebada bajar

Y sí te pasas de listo

Sin más ofendiendo

Al sancrosanto lugar

bola de madrazos vas

a sacar

 

Vamos de vuelta con lo que se fue:

 

Con el caserío demolido el barrio se acabó: los INFO San Gabriel y San Francisco a la proletaria toluqueñísima raza del Carmen apañó. Era tristísimo mirar caerse a pedazos la vecindad y luego los muros de cemento, la ladrilliza, el techo, los plásticos que vinieron a suplantar a la querida vecindad.

 

No me hallo decían los pueblerinos al no encontrar el cobijo del alma que no estaba en la ciudad; y así ni tolucos aledaños, ni lo que fueron a los INFOS nos hallamos nunca más sintiéndonos lejos del querido barril.

 

Subías, siempre al norte por Rayón, Sor Juana o por Pino Suárez, viendo a la izquierda ¿dónde quedó la casita donde una chava me invitó a cenar? Y la esquina querida en donde el primer beso fuimos a dar.

 

¿Este fue y ha sido el representativo lugar el de más Toluca esencialidades? La neta para mí, sí.