Lo merecemos
Es fascinante cómo en pleno siglo XXI, muchas personas siguen creyendo en las ideas más absurdas como una posible solución mágica a todos nuestros problemas; escuchar las argumentaciones de algunos políticos resulta un ejercicio antropológico mayúsculo en el que la sorpresa sigue ganando terreno.
Mientras tanto, desde la comodidad de nuestro hogar –con una taza de café en mano y quizás un gato en las piernas– nos vemos obligados a hacer el trabajo pesado de cuestionar, reflexionar y explicar una y otra vez que no, no todo lo que brilla es oro, y mucho menos en política.
Proponer, como lo hizo Donald Trump, la modificación del nombre del Golfo de México a Golfo de América, pinta de cuerpo completo a un sujeto tremendamente populista e inmensamente estúpido, lo grave del asunto es que la gente lo votó y gano las elecciones con un margen más que claro.
Lo mismo nos sucedió cuando frases como abrazos, no balazos; lo que diga mi dedito o me canso ganso, llenaron de rabia, rencor e ideas absurdas a nuestros conacionales; de la misma manera, la gente votó y tomó una decisión. ¿Quién diría que, en lugar de soluciones claras y lógicas, los gobernantes se empeñarían en vendernos como la panacea propuestas que más bien parecen sacadas de un mal guion de ciencia ficción?
Ya sea que se nos trate de convencer de que una ley absurda nos traerá el progreso o de que un recorte en servicios esenciales es, en realidad, un ajuste necesario para la prosperidad, la estrategia es siempre la misma: repetir, repetir, repetir hasta que suene como una verdad incuestionable. Y lo peor es que, con la ayuda de los medios y las redes sociales –porque hoy cualquier mequetrefe con un blog se siente periodista– logran que muchas personas se traguen el anzuelo sin pensar dos veces.
Y mientras tanto, los que estamos sentados en casa, con algo de tiempo para analizar las cosas con calma, somos los que tenemos que cargar con la pesada tarea de hacer que la gente piense con coherencia. Porque, claro, parece que los principios básicos de la lógica y la ética son sólo para unos pocos elegidos. Lo curioso es que no hace falta ser un genio para darse cuenta de lo absurdo de las propuestas, pero, en el juego de la política, se asume que la ignorancia es la madre del consumo masivo de ideas mal digeridas.
Nuestra apatía nos hace ver que la única forma de salvar al mundo es con un buen hilo de Twitter, X en la actualidad o un post viral en Facebook. Es decir, mientras los gobernantes y sus asesores tejen laberintos de palabrería vacía, nosotros, con nuestra taza de café y nuestro ánimo algo cansado, seguimos esforzándonos por sembrar un poco de lógica en un mundo que parece haber perdido la brújula de la sensatez.
Al final del camino, creo que cada pueblo tiene lo que merece y, para como están las cosas, mejor no nos quejemos, esto es lo que merecemos.