Navidad azarosa
“Esta es una navidad especial. Para bien y para mal.”
Los vórtices del suelo mexiquense se visten de matices insoslayables, quisiéramos que por fin, después de mucho tiempo de encierro, de alarma permanente y de incertidumbre entre variantes y vacunas, apartados del hostigoso COVID-19, pudiéramos celebrar con júbilo esta Navidad, época de jolgorio; lo cierto es que, en estos momentos, hay tantas y variadas emociones en el suelo mexiquense y mexicano que el árbol navideño bien podría revestirse de múltiples luminarias coloridas, como si prendáramos nuestras emociones a él.
Se aproxima la fecha anhelada: 24 de diciembre, la Noche Buena; aunque muchas la conciben ya como la Navidad, que se celebra en el mundo de manera eufórica; sin embargo, en los últimos años estas festividades se viven diferente, pues sigue existiendo la zozobra de cuidarse, de portar un cubrebocas, de guardar la sana distancia, del uso de sanitizantes y gel antibacterial para procurar nuestra salud y evitar la propagación de un virus que aunque imperceptible al ojo humano, sí es palpable en sus severas consecuencias de contagio.
La humanidad ha evolucionado, aunque no siempre satisfactoriamente. Hoy más que nunca, esta requiere recobrar su sentido humano, la calidez de su palabra, el terciopelo de la nostalgia, la caridad de la empatía, la sencillez engalanada de su compañía; somos luz y debemos entonar canticos de ventura para la gente que nos rodea, la humanidad necesita hoy más que nunca de su propia humanidad, la fraternidad alguna vez peleada con el desarrollo, hoy debe imperar; la libertad es el sello de nuestro ser, no debemos seguir anclados al miedo o temor, debemos levantar los brazos y extender la esperanza, buscando nuestro bienestar y el bienestar colectivo, hagamos eco: que esta evolución libere nuestra conciencia y nos permita alcanzar la igualdad de posibilidades, construyamos escenarios en los que el sinónimo sea la paz.
Sabemos que los estragos de la pandemia han sido contundentes, en lo político, en lo social, en lo económico y por supuesto en la salud; tal vez perdimos a seres valiosos este año, que en el espectro del contagio por COVID-19 ofrendaron su vida; hoy esas voces, esas miradas no están más con nosotros, sus luceros se han apagado y hoy refulgen en el infinito del universo, la mesa de convite no será igual, las hojas de las ramas (cual árbol frondoso) se van desvaneciendo, tal vez renacerán nuevas, es el famoso ciclo de la vida; cada Navidad es diferente, pero las últimas vividas nos han dejado muchas reflexiones, tal parece que debemos caminar pensando que la vida puede sucumbir en el tiritar de una chispa de luz y por tanto es necesario valorar lo que tenemos y a quien tenemos, si el azaroso destino nos lleva a perder piezas de nuestra vida, tengamos la plena certeza que las disfrutamos y valoramos mientras pudimos y que los momentos de mayor recuerdo y nostalgia son los compartidos.
Seguimos estando en la ruleta del destino que nos incita a celebrar lejos de nuestros seres queridos con los cuales quisiéramos poder compartir, tan cerca en pensamiento y tan lejos en la nostalgia y es que si bien, sabemos de la naturalidad de estos momentos; la pandemia trajo tras su paso por nuestra vida el anhelo de estar con los que queremos, reencontrarnos con los que nos hemos distanciado, época de paz, de amor y reconciliación, palabras que como campanas de sacristía nos llaman a la reflexión, a mover corazones; esta es la magia de la Navidad, la que nos permite sentir la presencia de nuestro corazón en el ostracismo de la rutina cotidiana, la Navidad nos da la oportunidad de aislarnos y reencontrarnos con nosotros mismos, compartiendo o simplemente viviendo.
Desafortunadamente para muchos hay un caleidoscopio poco previsible, pero no por ello no existente, la economía en algunos hogares de diversos municipios mexiquenses se ha visto mermada, la falta de oportunidades de empleo, el haber sido despedidos y alejados de un trabajo estable, o de no haber podido recibir el estipendio correspondiente al trabajo realizado, generan momentos de mucha tensión, haciendo surgir diversas interrogantes que debemos ir visibilizando, pues mientras en algunos hogares la nostalgia invade corazones, en otros la alegría hace sus canticos de batalla; mientras en otros el estrés, la preocupación y desesperación de no poder llevar a la mesa lo necesario para poder alimentarse genera una Navidad totalmente diferente, sumando a ello la problemática mundial de la inflación de precios y sus repercusiones económicas. Hagamos por tanto lo propio y siendo empáticos vivamos nuestras celebraciones decembrinas.
Aprendamos de esto una gran lección y es que la Natividad ,en su origen; no es la ostentación de regalos, no es el consumismo exacerbado o la creación de escenarios luminosos donde cuál cuento fabulesco o fantástico todo el camino lleva a luces que centellean sobre nuestros anhelos, la Natividad es la época de reconocer nuestra fragilidad humana, de saber que los valores de la humanidad deben brillar más allá del Oriente, es aprender a ser humildes y saber que en nuestras carencias podemos trabajar para crecer como humanidad, edificar solidariamente un mundo donde la verdadera fraternidad tome posesión, es decir; una fraternidad donde el hombre deje de ser el lobo del hombre y empiece a tratarse como igual, regocijados sabemos que la Navidad es época de paz.
Que, en lo azaroso del camino, en el tumulto de circunstancias vividas este año, cumplamos nuestra misión: hacer un mundo mejor del que nos hemos encontrado, dejando un legado de fraternidad; hagamos que esta Navidad sea diferente, por cómo se vive, por lo que nos dejó luchar para alcanzar la felicidad. Esta Navidad debe oler a vida, a paz, a fraternidad, pero, sobre todo; esta Navidad debe hacernos recordar que debemos valorar lo que somos, a quienes nos rodean y los valores que poseemos.
¡Feliz Navidad!