Soledad y abstinencia – Parte I

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2 de abril, 5:30 pm

Pasé a la tienda de mi barrio, bajé del carro, calor intenso, entré y saludé a Caro, compré queso y pan para merendar, en la calle algunos vecinos entrándole a las chelas, me despedí deseando buena tarde, subí al carro, pinche calor. Sobre la calle, delante de mí, tres hombres jóvenes reían, al aproximarme uno de ellos volteó a verme y le dijo sin titubear: ahí viene mi vieja.

¿mmm…?,  Mi vieja, solté una risita, pero no era una risa de burla porque me pareciera machista, lo admito, por primera vez no me pareció ofensivo, más bien divertido, porque llego al punto en mi vida en el que pienso en todas las veces que trágicamente quise ser la vieja de alguien, tal vez no en esos términos, pero el simple hecho de que se diga con orgullo, que no te escondan o  te nieguen, que te presuman pues, porque te quieren en su vida, porque están listos para lo que venga, porque ellos no tienen miedo de decirlo, o de sentirlo, por eso me reí, porque después de repasarlo por mis estándares ridículos, mis múltiples relaciones fallidas, los patanes en los que me fijé,  los inseguros, mis propios demonios, y, claro,  esta perra soledad y abstinencia que me cargo, me gustó escucharlo. Más tarde aquel día, recordé la historia de Tania y Pedro.

TANIA Y PEDRO

Para ella, dejar pasar los momentos de felicidad con él era casi imposible, pero para él, no tenía la mayor importancia. Siempre atenta a los caprichos de Pedro y dudosa de las veces en las que, desganado, le decía te quiero, Tania se obsesionaba con la idea de que debía ser él con el que pasaría el resto de su vida. No sé sabe en qué momento ella decidió que así sería, si desde que lo vio por primera vez sentado en la banca del parque, cuando se lo presentó uno de sus amigos, cuando tuvieron su primer encuentro, o después de tres meses de salir y no salir porque él estaba muy ocupado en sus propios asuntos y ella también, sólo que había priorizado su relación antes que cualquier otra cosa.

Entre las múltiples actividades que Pedro tenia, estaba la de cuidar a su pequeña hija nada más los fines de semana, por lo que podía ver a Tania cualquier otro día. Sin embargo, debía procurar siempre tener trabajo casi todo el tiempo para poder pagar la manutención, la renta, la despensa, y las medicinas de su papá. Pedro estaba muy ocupado, aunque entre sus prioridades no figurara Tania, de alguna forma era su escape. Escape que podría durar una hora, o dos, o si bien les iba, tres horas a la semana. A él le parecía bien, cuando estaba estresado y sentía la necesidad de parar, llamaba a Tania y él sabía que ella estaría ahí sin dudarlo.

La complicación con Tania era que a pesar de estar igual de ocupada que Pedro, su organización y sus prioridades rebasaban los límites del desequilibrio mental, había procurado una dependencia emocional. Entonces para ella podría ser más importante pensar en lo que Pedro estaría haciendo sin ella, que en propio su trabajo, en su familia o en su vida social. Ahí se encontraba ella, llamándole, enviándole mensajes que él no respondía, regalándole cosas que él no le pedía, construyendo una historia en su cabeza que jamás sucedería.  Plantándose dudas, incertidumbre, preguntándose si en verdad él la querría. Odiándolo unos días, amándolo siempre.  Dejando de hacer ciertas cosas porque a él se le había ocurrido verla de último minuto: paren todo, voy con mi hombre y sin importarle con quien estuviera o qué obligación tuviera que cubrir, Tania acudía al llamado de Pedro.

Jamás se habló de llevar la relación a otro nivel; verse más, hablar más, o que Pedro quisiese llamar a Tania su novia, que le presentara a su hija, o que al menos salieran con los amigos que tenían en común. Cada vez que ella hablaba de ello, él se quedaba callado o simplemente decía que tenía que irse, que había muchas cosas por hacer.

Al pasar de los días Tania se sentía más confundida y triste, no veía en realidad que eso pudiera ser algo significativo en su vida, al contrario, ya le había partido en toda su madre. Tenía que tomar una decisión. Dejar de aferrase. Después de varios tragos con sus amigas, de varias canciones de desamor y de un pastel de chocolate con helado, tomó el teléfono, marcó a Pedro en varias ocasiones hasta que le respondió, lo mando a la chingada dos tres veces y colgó, al pobre cuate ni le dio tiempo de decir algo, es más, ¿qué podría haber dicho?

Tania goza ahora de una abstinencia bien merecida y de una soledad envidiable porque nunca se había dado la oportunidad de ser feliz de otras maneras, con otras personas y amándose a sí misma, que, vaya, falta que le hacía.