Violencia en casa

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“Las cadenas del hábito son demasiado débiles para sentirlas, hasta que son demasiado fuertes para romperlas”

Samuel Johnson

 

Las luces iluminan el escenario familiar, mucho se habla del ideal en la familia, de los lazos que con hierro se forjan en nuestro corazón, de esa fuerza que emerge del interior de una familia, de los indisolubles lazos que se gestan en torno a la mesa compartida, de las ansiadas sonrisas que dan los brazos redentores de nuestros cercanos; se habla de unidad, de luz y armonía pero, más allá del arquetipo que la historia nos revela, hay montañas de experiencias, de testimonios que rebelan el silencio con el que se ungen la relaciones familiares.

Y es que, apreciable lector, desde la educación básica, desde el mismo seno familiar se nos ha dicho que la familia es el pilar de la sociedad, su núcleo básico, lazo insoluto que nunca falla, pero en esta época de modernidad y máxime en esta época de pandemia y contingencia sanitaria que nos ha tocado vivir surge la interrogante primaria, ¿cómo se vive el encierro en familia? ¿a qué se le considera actualmente una familia? Los comportamientos modernos de la sociedad nos invitan a reflexionar más allá: ¿sigue la familia, siendo el mismo modelo?

Es evidente que los roles sociales han evolucionado, el paternalismo era parte de la idiosincrasia mexicana y en nuestra época ha mutado dando paso de manera vertiginosa, hacia el matriarcado; evidentemente las actividades y roles estereotipados por costumbre en la familia tradicional mexicana ahora sufren cambios y con ello las nuevas formas de convivencia y de organización, pero sobre todo de una convulsa forma de comunicación.

Esto tiene una singular forma; pues, si bien la violencia en el seno de la familia siempre ha existido (me atrevería a decir, desde su origen) resulta alarmante justipreciar como la forma de un dolor silencioso se pierde en la inmensidad del pensamiento, como un secreto a voces solo puede ser comentado en lo individual, como nos hacemos de “la vista gorda”, o muchas ocasiones ese tipo de conductas “violentas” se justifican como parte de una dinámica social.

Y es que anteriormente si se le educaba a un niño con golpes es “para que entendiera” porque “da más golpes la vida”, existían comentarios tan soeces justificando tal actuar como: “se lo merece”, “a ver si le quedan ganas de seguir portándose igual” y este tipo de conductas no era solo limitativo de los padres para con los hijos; desafortunadamente también se presentaban entre integrantes de la familia “ampliada”, violencia que aún a sabiendas de que existía era ocultada por el famoso dicho “qué va a decir la gente” eso haciendo referencia a la violencia física que para aquellos andares era la más conocida por la sociedad, ya no se hable de la violencia psicológica, de la “cargada” que se le hacía a ciertos integrantes de la familia que iba carcomiendo el alma y que dejó marcada la existencia de muchas personas.

Desafortunadamente, solo hasta tiempo después se pudo ser participe del dolor que arremetía a su paso el uso de la violencia, de que entre más racional es el ser humano menos afecto debe tener por la violencia, que los muros que elevan los brazos de la violencia solo pueden ser derribados mediante la voluntad de las partes por generar armonía; que existen cicatrices que, aunque silenciosas e invisibles causan más dolor, porque son cicatrices que se ponen en el alma.

Antaño se defendía el uso de la violencia física o verbal, hasta incluso ridiculizar a los niños como una mera forma de educar mediante la disciplina, pero existía una violencia mayor, que sacudía la conciencia de la sociedad mexicana y que hasta la fecha sigue permeando en el ámbito familiar, me refiero a la violencia de pareja; ejercida predominantemente por el hombre en contra de la mujer y que presenta diversas aristas: desde el escarnio público, hasta la violencia verbal, psicológica, física y moral, todas empleadas en conjunto o sobre casos aislados, pero con las mismas consecuencias perturbadoras.

Y es que, se mal entiende que la convivencia cotidiana debe ser a puerta cerrada, en el artilugio literario de “en las buenas y en las malas” porque muchas veces son más las malas que las buenas y la pareja se acostumbra a vivir así: en las malas, arrastrando como río a su paso todo lo que se deje llevar, llámese familia, hijos e ilusiones. Se pensará estimado lector,  que este tipo de situaciones nada tienen que ver con lo que atañe a la sociedad, pero si hemos leído ya; la familia es la base de la sociedad, lo que daña a la familia, sin duda dañará a la sociedad, la violentará y vulnerará produciendo una mezcla explosiva que suele cobrar venganza hacia afuera y no en el interior.

Se ha demostrado que el índice de criminalidad va en aumento, que la mayoría de los criminales a los que se les han practicado estudios en diversas materias, han declarado haber sido objeto o participes de violencia en casa, que veían como sus padres se agredían, viviendo juntos o separados, que esa violencia se replicaba en ellos y que ellos a su vez ven la violencia como algo cotidiano y que por tanto no distinguen consecuencias.

Estos podrían ser los alcances mínimos de la violencia “silenciosa” que se desata en casa, en el seno de la familia; espacio donde depositamos nuestras ilusiones, nuestros más grandes anhelos, epicentro de luz donde el joyel de lo que fuimos, somos y seres toma un tinte de nostalgia, paráfrasis de sustento emocional, pero al mismo tiempo, para algunos; lugar donde se quebranta el alma, olvido que huele a tierra árida en nuestro ser.

Sin duda, no podemos cerrar estas líneas, sin referirnos a la violencia que increpa en el hogar en contra de algunos hombres y aunque risorio, es real; la mujer violenta psicológica, verbal y moralmente al hombre en algunas latitudes de esta geografía mexicana, hay casos demostrables de mujeres que agreden físicamente al hombre, lo sobajan. Ante ello hacemos un llamado a la prudencia, pues estos asuntos son doblemente silenciosos; no se dicen, no se denuncian, se cierran las puertas ante la indagación pues es vergonzoso -para algunos- el escrutinio de estos temas; la azarosa realidad debe romper paradigmas, violencia es violencia independientemente en donde y por quién es ejercida.

Hagamos ecos sonoros en favor de la humanidad, atendamos a la lucidez del pensamiento y rescatemos el modelo de familia venturosa: llena de vitalidad, de refugio ante la inclemencia del tiempo emocional, soporte ante el dolor y brazo redentor ante el quebranto, que la violencia se erradique; no podemos seguir observando con descredito como la contingencia sanitaria y el aislamiento social ha sacado la peor versión del ser humano. Es momento de reconstruirnos, de humanizarnos, de revitalizarnos, de edificar a la familia, de sanear a la sociedad y pulverizar lo negativo para construir con ello: astillas de esperanza.