VECINDADES BRONCUDAS…
De todo sabía sobre el centro y las afueras de la ciudad de Toluca. Su infancia que viene de aquellos años de la década de los treinta del siglo XX, nos enseña dónde aprendió de la vida. No se la contaron, el cronista por lo regular es alguien que se acerca al fuego de las emociones humanas y las no humanas con tal de enterarse de lo que acontece frente a su nariz.
Cuenta en la entrevista con Thelma Morales: La gente de la Merced, qué éramos gente más o menos sencilla, no podías entrar a Santa Bárbara, porque nos agarraban a pedradas o nos correteaban o había algún lesionado y menos a las fiestas de las vecindades, y sin embargo, nos metíamos a la Retama, en la Retama puros boxeadores y ¿qué pasó manito? Una vecindad que estaba en Filisola y otra que estaba en Pedro Ascencio sobre la calle de Filisola, entre Pedro Ascencio y Villada, era una vecindad que tenía una puertota grandota y una fachada de piedra, ahí vivían cuando más unas treinta o cuarenta personas, eran de las más grandes.
Hombre de pueblo. De pueblo que es ya urbe que se asoma a la modernidad por fin, pues de pueblo Toluca tuvo mucho por muchos años y años. Mientras la gran ciudad de México crecía a costa de los territorios del Valle de México, la ciudad capital del Estado de México seguía encerrada en un interior que le convertía en Convento después de las 7 o las 8 de la noche. Por eso es pura nostalgia y melancolía leer las palabras de don Javier Ariceaga, pues en sus manos, igual que en las manos de nuestros cronistas de mitad de siglo XX, se fue forjando la memoria que hoy nos hace orgullosos de la gran ciudad que tardó en vislumbrar, la modernidad entrando a la urbanización y al crecimiento demográfico de una manera espectacular: siguiendo los pasos que en el valle de México han dado Ecatepec, Nezahualcóytl, Tlalnepantla, Naucalpan, Atizapán de Zaragoza, Coacalco, Tultitlán, Zumpango y varios más. No hay en el país ciudades más pobladas y territorialmente grandes como las que brillan en la entidad mexiquense. Por eso de su importancia electoral y política en el país.
De los cronistas es la memoria. Esta entrevista es joya para comprender de qué cosa está hecho un cronista en la vida humana. Don Javier, igual que don Poncho Sánchez García, fueron dos seres que tuvieron pasión por contar lo que veían a diario. Pero no sólo tomar de lo que les rodeó de manera cotidiana. Su fortaleza estaba en dar y más dar. Estar con ellos era aprender a valorar la vida, la existencia cotidiana que jamás debe ser rutina, sino sorpresa por lo que se ve y se vive. Todo se lo sabía rodando y rodando por calles y vecindades, personajes con sus cualidades y defectos, dice: Luego teníamos vecindades pegadas a la casa de Vicente Vallejo, que su hermana fue mi maestra en segundo año de primaria: Josefina Vallejo. Había otra casona que estaba entre Obregón, Villada y Bravo, era de personas pudientes, eran talamontes, había un gallego, que también fue gerente de Banco, pero comenzó como talamontes.
Eran aquellos años de los cincuenta y sesenta del siglo XX, cuando se podía hablar de los talamontes que sobre todo se encontraban entre la capital mexiquenses y hacia el occidente yendo hacia Villa Victoria, Villa de Allende, Valle de Bravo y Amanalco de Becerra. Por no citar a los municipios más pequeños y escondidos donde los talamontes se daban banquete: Donato Guerra, Ixtapan del Oro, Zacualpan o Santo Tomás de los Plátanos. Los malos y buenos hombres venían y vienen a parar a Toluca.
Sin pelos en la lengua Javier Ariceaga cita: Los ricos en ese tiempo eran los Acra y los Yurrieta y los Acra tenían tres vecindades en la calle de Ocampo, casi frente De la Barrera, tenían mucha lana, eran los más ricos de Toluca. Otra muy importante, en la Avenida Colón antes de llegar al Ranchito, hay un callejón que se mete, ahí vivían los Padilla, ahí vivían los Zanabria, puros empleados de gobierno, era vecindad, una vecindad larga, no tenía nombre, pero estaba frente del Ranchito. Y muchas personas que vivían ahí, les fue muy bien y compraron lotes en lo que ahora es Colón y toda esa calle de Colón ya después fue para los riquillos.
Era un cronista social. Como lo han de ser Chava Flores el cantaautor de temas sociales y de crónica inolvidable. De la misma jettatura de don Javier y don Poncho exactamente. Iguales con Gabriel Vargas creador de la Familia Burrón. Bien decía, y aquí hago cita de una charla que Thelma Morales diera en las charlas sobre Toluca que comenzara como tradición y recuperación de la enorme riqueza toluqueña: las charlas del Archivo Histórico y después del propio Archivo Municipal de esta ciudad que dieran cada año lecciones magistrales sobre temas toluqueños. En la conferencia que dió con el título La vida es una canción / Homenaje a Chava Flores.
Cita Thelma: Chava Flores decía: “Yo soy en la música, lo que Gabriel Vargas es en la caricatura”. Cierto, los dos son gigantes en la descripción de su sociedad. Cronistas lo son, y con ellos descubrimos en Javier Ariceaga y don Poncho Sánchez García su vena de cronistas por nacimiento y vocación.
Seguir y seguir su plática: En la vecindad de Heredia —hoy en día es la calle de Valentín Gómez Farías—, ahí vivían don panchito Cruz, ahí vivían Javier Díaz, yo iba a jugar ahí, nos poníamos a jugar en el Calvario, en la cueva del Diablo, ahí íbamos a volar papalotes. Ahí había familias que tenían sus molinos para hacer longaniza. Lo que yo hice con el Barrio de San Juan Bautista, hice un pedacito y me dieron el premio Tollotzin de Literatura, por seis o siete croniquitas, hablo del Barrio de Huitzila, hablo del Barrio de San Bernardino… hablo del papá de Pablo Reyes, que era taxista y me decía: “oye, Javier a ti te va a castigar Dios porque pones a pelear a taxistas que no saben pelear”. Él había sido boxeador y quedó medio atarantado, tenía su sitio aquí en la esquina, el Sitio Reforma, aquí en la esquina de la casa que era de los Cárdenas. Un estilo peculiar de contar las cosas en Toluca era y es el citar sólo el apellido, pensando que quien le escuchamos o leemos, tenemos la información que ellos tienen. Pero ese es un éxito para el cronista que así pone a pensar y pensar quiénes son: Acra, Monroy, Yurrieta ó Cárdenas. Decenas de nombres y lugares. Esa es la fuerza mental e intelectual del cronista que cuando es maestro, hace digerir sabiduría de manera amena y cordial.
Muchos recordamos a Ernesto Barrera, quien fue uno de los mejores boxeadores de México en el peso mosca. Toluqueño entre los grandes. De él cuenta Ariceaga:
El “Sheik del Calvario” —boxeador—, vivía en el Carmen en una vecindad, él estuvo en tránsito se llamaba Ernesto Barrera, él fue, lo mandaron a tránsito para que ya no siguiera bebiendo porque sabían que era muy bueno para los moquetes. Entonces había un muchacho que se llamaba Emérito Salinas, que estaba siempre de guardia. Se dormía y Barrera se salía y se iba a la Trovadora, aquí en Obregón y Pino Suárez. Se echaba tres o cuatro copas, regresaba y se sentaba; despertaba el otro: ¿Y ahora porqué estás cuete? ¡No, pues yo no he salido de aquí! Contestaba. Porque, además, no quería que dijera que estaba dormido este Emérito, por lo que nada informaba a sus superiores. Barrera andaba después por las calles y en las pulquerías y le llamó el director de tránsito que fue Bernardo Villa de Coatepec Harinas, un director de Tránsito —no estoy seguro—, le regaló dos juegos de placas y se las acabó, se terminó la concesión, ya después se opacó.
Sí, aún recuerdo verle caminando totalmente ebrio, por quien tanto cariño y simpatía le tenía: Ernesto Barrera, como el Toluco López, con tantas cualidades para el boxeo echaron todo por la borda por culpa del alcohol. En ese sentido Toluca no tuvo la fortuna de tener boxeadores que vivieran la inmortalidad en vida. Fueron gloria e infierno. Tanto Barrera y sobre todo El Toluco fueron héroes cuya admiración —en este último—, tuvo que ver con el presidente de la República: Adolfo López Mateos.