Xinantécatl
Amado señor de las ventiscas,
las nieves efímeras te coronan
y las aves de altos vuelos no vienen
hasta ti a contar tu historia.
Los cardos, flores, amarillos,
soportan la tiniebla diaria
y el sol perenne y próximo
que deshiela tus faldas.
Prodigas entonces las calmas aguas
de los espejos, de azules lunas
sin corales, piedras de lava.
Místico paisaje del que perece
apenas sube tu espalda escarpada.
Aquí vinieron a morir algunos
no por llamado, sí por destino.
Y uno se queda tan pequeño
mirando la pequeñez de su infortunio.