La comida y su magia

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Crecemos cerca de la cocina,  por hambre,  por curiosidad,  por gusto. Siempre he creído que la preparación de alimentos es un tipo de magia y nací creyéndome bruja. Jugar a la comidita era un asunto serio,  no dormí bien hasta que perfeccioné el pastel del hornito mágico. Fui muy feliz con mi primer fideo,  quemado. Crecí  junto a la levadura del pan.

De mi madre y mi abuela aprendí que hay que tener sal de reserva y el ajo en abundancia, las hierbas de olor como mejores amigas y el chile al igual que el agua,  siempre cerca. También aprendí que no se cocina lo justo, que en donde comen dos seguro comen cuatro y si hay un pan se divide para todos.  Así sigue siendo en la familia. Es raro que entiendan el término de poquito. Después de cualquier celebración o reunión,  el recalentado es más largo que en otra familia,  no importa si no hay mucho dinero, siempre hay mucha comida ¿ven? No me equivoqué al creer que cocinar es un tipo de magia. El buen corazón multiplica los alimentos y los espíritus de las hierbas y de los vegetales susurran sus secretos.

En una escena de la película Ratatouille, el crítico gastronómico Antón Ego, al probar un platillo preparado por Remi, regresa a la cocina de su madre,  a los sabores de su infancia y ello cambia el concepto que tiene del restaurante y de su trabajo como crítico.  Creo que todos de alguna manera hacemos ese viaje de vez en cuando y somos muy afortunados.  Me pasó el lunes cuando comí verdolagas y carne de puerco con salsa verde, viajé  de rapidito a mi niñez y sus comidas, sus olores y maravillas. Regresé a la mesa de mi presente y agradecí a mi madre,  la abracé y me retiré con los ojos húmedos y el corazón tibio como platito de sopa de letra formando gracias eternas. Un viaje así siempre ayuda a centrarnos en el presente sea cual sea y como sea. Aceptando,  agradeciendo.  Últimamente hay tanto por agradecer aunque parezca lo contrario.