PERÚ, ENTRE MI LENGUA Y TU OMBLIGO
Cuando comprendes que toda opinión es una visión cargada
de historia personal, comprendes que todo juicio,
es una confesión.
Nikola Tesla
La canción de Iván Noble es hermosa. Abrázame, nos sumerge en un mar de poesía. Pide un abrazo, vital, porque afuera (de ese abrazo) todo es un disparate atroz. La escucho y pienso en el momento complejo que atravesamos millones de peruanos. De pronto, la frase del minuto 3:05 captura mi atención: entre mi lengua y tu ombligo, hay algo personal. Al margen de su connotación romántica, encuentro que el verso describe, con precisión, nuestro papel en la profunda crisis de empatía que hoy nos conduce a ritmo de marcha, arenga, terruqueo, fachoteo, ninguneo y, a pesar de que hay muertos que lamentar y tanto dolor involucrado, añado zapateo de carnaval porque bueno, para algunos, es la época.
Escucho y leo: ¿Cómo llegamos a esto? Cambiaría la pregunta: ¿Cómo es que fuimos capaces de construir esta bomba social que hoy nos estalla en la cara con tanta fuerza? No es un problema solo del Perú, dicen los analistas y esto es claro, pero no consuela. ¿Es, realmente, tan pobre el capital social que conseguimos generar? La respuesta la tenemos en las calles: una gran parte de la población ha prestado oídos a promesas que en el fondo, sabemos, jamás se cumplirán porque no están orientadas a soluciones ni al bien común y si producen un logro, con suerte, alimentará a algunos antes de agotarse porque ese era el objetivo, y el negocio de algunos vendehúmos capaces de alquilar voluntades, sueños y vidas.
¿Qué podría alimentarnos a todos desde una fuente inagotable? Una vía sostenible es una cultura cívica empática. Aquí cobra importancia la frase de la canción ya que, cuando la lengua (o el teclado) es rápida para ofender, prejuzgar, etiquetar, o guardar silencio a conveniencia, y los ojos no son capaces de mirar más allá del propio ombligo, se reduce la capacidad de toda la sociedad para resolver con justicia y eficacia la expectativa ciudadana. ¿Exageramos? Infelizmente, no. La teoría del capital social (Robert Putnam), afirma que la cultura cívica de una sociedad genera los recursos: redes, normas, valores, educación, confianza, es decir, el capital social con el que dicha sociedad construye el beneficio mutuo.
Esta cultura cívica, asimismo, determina la mayor o menor calidad de las instituciones de las sociedades en las que operan. Como ciudadana, hablo de civismo. No me atrevería a lanzar recetas de economía porque no soy experta en el tema y no intento confundir a nadie, hay opiniones en ese sentido con aportes valiosos y oportunos, por ejemplo, los que el economista y profesor Carlos Parodi Trece, expone en un diario local y la red digital Twitter. Parodi ha identificado al bajo capital social como uno de los factores en el cual necesitaríamos trabajar para dirigirnos a una salida y es que, la crisis de empatía que nos aqueja, es interdependiente con muchos aspectos y la economía no es la excepción.
¡Qué curioso que el origen de la palabra texto sea tejido! y más, que algunas de las narrativas expresadas en calles, medios y redes digitales contribuyan a deshilar nuestro precario tejido social. La agresividad y repetición de ciertos términos, en estos espacios, traen a mi memoria al Servando Huanca de Vallejo (Tungsteno): Lo único que pueden hacer ustedes por nosotros es hacer lo que nosotros les digamos y oírnos y ponerse a nuestras órdenes y al servicio de nuestros intereses. Nada más. Esto salpica a todos, no importa en qué orilla estemos o qué defendamos. Algunos elegiremos palabras más gentiles para expresarnos, pero la narrativa implícita –en la mayoría de los casos– pareciera ser la misma.
Las cosas como son. La humanidad está perdiendo su capacidad para reconocer las propias emociones y atenderlas. Poco a poco, muchos dejamos de ser empáticos con nosotros mismos para adherirnos al reconocimiento del otro o escondernos en la exhibición, aunque suene paradójico: si elijo lo que quiero mostrar, el otro no podrá ver lo que escondo. Si esa herida está abierta hará difícil ser honestos y asertivos con nosotros mismos; conocernos, apreciarnos. En este punto, darnos el permiso de ser empático con el otro, puede ser percibido como un riesgo muy alto para la frágil identidad personal que no hemos terminado de construir. Los adultos somos, en esencia, niños y por eso niños son, también, nuestros países. Nuestro querido Perú, como nosotros, no ha terminado de madurar.
Empatizar con el otro pasa por practicar la escucha plena y no especular. No se trata de cómo actuaría yo, si fuera tú sino de intentar comprender el camino del otro según sus propias circunstancias. Encontrar el reflejo, los ecos, el llanto y la risa del otro, en mí. Nunca podremos estar del todo en los zapatos de alguien más, esa es una utopía; la honestidad y el respeto por el otro, suelen ser suficientes. En el Libro de la Inteligencia Colectiva, de Amalio Rey, el quinto criterio para considerar a una sociedad colectivamente inteligente propone: ser sensible al impacto de sus decisiones en los demás, no causando dolor ni perjuicios innecesarios en otros grupos ni en el ecosistema al que pertenecen. A mí, me parece un criterio perfecto para definir la empatía, en una forma realista.
Por supuesto, la discrepancia respetuosa, es bienvenida. Una población diversa requiere miembros que visibilicen a todos, así como el conflicto, a través de activistas (no agitadores) que generen polémica, que muevan conciencias y motiven a tomar acción; su interés individual debe ser genuino, representativo –no manipulado o manipulador– y adecuado, de modo que active la discusión para enriquecer a cada uno de los polos e, idealmente, guíe al consenso. Cito al psiquiatra José Abad, vivimos entre contradicciones y paradojas, somos causa y solución del malestar nuestro y ajeno. Los límites los pone, justamente, un capital social abundante en respeto, educación de calidad, valores éticos, intolerancia a la corrupción, solidaridad, confianza en la comunidad y las instituciones, etc.
Salir de esta crisis de empatía también es responsabilidad del estado, y en ese sentido, vería ideal que los esfuerzos por incluir la empatía en el capital social peruano, se planifiquen, impulsen y activen desde las instituciones. Si me permiten soñarlo, esta debería apartar todo prejuicio y enfocarse en abrir canales para el diálogo, en amplitud de frentes. La actual desconfianza de la población pondrá la valla alta, mas, creo que la comunicación eficaz siempre es posible. Mi esperanza, apunta hacia la educación y a un patriotismo honesto y sin remilgos, instalado en la realidad presente. Tenemos un país por rescatar.