Que tú me prestes tus ojos…

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… y yo te preste los míos.

Con esa sonrisa infinita que le ha regalado el ser cómplice y eterno enamorado de la vida, ese gran ser humano que es el coach Julio Olalla, respondía así, a mi pregunta:

¿Y qué es conversar?

Una forma encantadora y sabia de explicarlo porque como seres interpretativos que somos: tus ojos y mis ojos, aun cuando vean lo mismo ¡Jamás lo interpretarán igual! Los hechos ocurren de una sola manera, sin embargo, nuestra mirada sobre ellos puede ser tan estrecha como el visillo de una puerta o tan amplia como el mundo y según la forma en que esas miradas vinculen los hechos entre sí, será dibujada la historia.

Y es que la historia de la humanidad es como una inmensa colección de pequeñas narraciones individuales en la cual, cada ser humano ha incluido su experiencia, motivos, causas, argumentos y significados; se ha hecho protagonista de su propia narrativa y la ha llamado Realidad. En La Interpretación de las Culturas, Clifford Geertz describe al hombre como a un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido.

La experiencia personal, la percepción de los sentidos, el proceso mental, las creencias y valores, el estado de ánimo y el contexto, alteran nuestra mirada sobre un hecho y con ese filtro, lo compartimos a los demás ¡Tu mirada lo define todo! y esa representación será siempre difícil de remover si seguimos mirando sólo con nuestros ojos. Esto sucede incluso a nivel colectivo. Según la historiadora Carmen Dalmau: Lo que define una época es su modo de mirar.

En el espacio consentido e íntimo de la conversación, ambas miradas, ambas verdades, tienen la oportunidad de mostrarse, de abrirse la una ante la otra y finalmente, de afirmarse o cambiar, la una junto a la otra. Se trata, en efecto, de que el otro te preste sus ojos para que puedas ver el mundo, como nunca antes lo viste y que tú prestes al otro, los tuyos, y le des la oportunidad de ver el mundo como nunca antes lo vio.

O, parafraseando al mismo Julio Olalla: Si salgo contigo una noche, a mirar el cielo y ni tú ni yo, sabemos de astronomía, los dos vamos a ver en el cielo puntos brillantes que llamaremos estrellas, pero si eres un astrónomo y conversas conmigo y me hablas de constelaciones, de planetas y de satélites, voy a empezar a ver –con esos mismos ojos que tenía antes– un mundo que antes no veía.  

Cuando nos acercamos y nos miramos el uno con los ojos del otro y yo exploro tu mundo y te invito a pasar al mío; abro para ti, no sólo mi puerta sino la de mi herencia ancestral y la de mis tradiciones, y ello borra el lugar común: la charla política, el parloteo sin sentido y la necesidad de convencerte de que tengo la razón; el espacio se llena de voces de otros tiempos, de los personajes que construimos y encarnamos hoy, de posibilidades y nuevos significados cocreados entre tú y yo.

Esto es más que un intercambio o simple empatía. Es el camino de regreso a los demás. Es la construcción de un espacio donde nos sentimos libres para expresarnos sin los subtítulos que comúnmente utilizamos y nos impiden conectar, comunicarnos de verdad. Con la confianza de comprender y ser comprendidos. Le devolvemos su poder al lenguaje integral, a nuestro propio ritmo, al silencio, al diálogo, a lo que importa. Y nos sentimos cómodos, en ese nuevo espacio de libertad porque descubrimos que…

…aquello que llamamos Realidad es sólo nuestra forma de mirar la historia  (y de contárnosla).

Y podemos visitar y habitar otras realidades mediante esas conversaciones transformadoras; abordar tantas perspectivas como pobladores dispuestos a prestar sus ojos, existen en nuestro planeta. Y ¿Sabes qué es lo mejor? Podemos conciliar nuestro mundo material, con el de nuestras emociones, espíritu y sentimientos, y curar así aquella vieja herida de la humanidad, que no por resultar familiar, es menos dolorosa.

Algunas lunas atrás, una amena conversación entre amigos, me ilustró sobre la fascinante red de micorrizas simbiosis entre un hongo y las raíces de una planta que   se extiende bajo nuestros pies y conecta a los individuos de un ecosistema ¡Es una verdadera comunidad subterránea! en la cual árboles, hongos y plantas interactúan entre sí, transportando recursos y todo tipo de información necesaria para la supervivencia.

A propósito de ello, recordé que una centenaria tradición inglesa, siembra Tejos en los camposantos, pues se cree que sus raíces llegan hasta la boca de cada difunto para robarles los secretos; éstos, suben cual savia hasta las hojas del frondoso árbol y desde allí, son liberados al viento…

¡¿Crees tú que si abrimos los oídos al camino, los árboles nos podrían contar cosas?! ¡Quién sabe! si escucharlos nos permita además, mirar a la naturaleza no humana, con sus propios ojos y tener con ella ese tipo de conversación cercana, profunda y nutritiva, que nos conecte nuevamente con la sabiduría de la fuente primigenia de la vida, esa cuya voz habla más fuerte que nuestro caos y de la que, a veces, olvidamos, somos parte.